Iguales y distintos a la vez, paradojas de ese ser humano que también habita entre el instinto de supervivencia y la domesticación de la conducta.
Al fin y al cabo, la histórica dicotomía entre enfoques biologicistas y culturalistas.
En pleno siglo XXI persiste un debate milenario, heredado de las antiguas civilizaciones, que se enfrentaban a duelo para imponer la voluntad del grupo más fuerte, pero que aprendieron a vivir en comunidad para satisfacer necesidades. Reinaba, allí, una perspectiva economicista de mutuo beneficio.
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) estuvo empecinado en demostrar que la cultura occidental era efecto de una farsa creada por los sectores más poderosos para ejercer dominación; y si tal sometimiento se ejercía a través de las religiones, parte del camino estaba allanado, porque ese objetivo contaba con la urgencia de los fieles.
Antes, el naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) formuló una teoría en que las esperanzas de la fe suprema caían como en un efecto cascada. Los seres vivos van transformándose a partir de adaptaciones que surgen más por accidente que por convicción.
Por ese tiempo, el intelectual alemán Karl Marx (1818-1883) no dudó al sentenciar que toda la historia de la humanidad podría reducirse a una cruel disputa: la lucha de clases.
Cuando todos ellos todavía estaban frescos en el reservorio del pensamiento universal, nacía el dictador germano Adolf Hitler (1889-1945), quien grabó su nombre en las peores páginas de la atrocidad cuando ni siquiera había alcanzado a ser contemporáneo de las celebridades anteriormente mencionadas.
Mentor del nazismo, llevó al extremo la ideología etnocentrista de superioridad de raza. Persiguió a los judíos, atentó contra los negros, despreció a los homosexuales. Llevó adelante un plan sistematizado de exterminio, consagrando a la pureza aria como la validación del ideal de hombre.
Hizo estragos al coordinar un sistema que creaba campos de concentración para torturar a personas indefensas, al mismo tiempo de valerse de la ciencia y la técnica con el objetivo de intervenir genéticamente a los cuerpos e influir ideológicamente en las conciencias colectivas.
Todavía no pasó un siglo pero el genocidio marcó un triste hito.
Quedan sobrevivientes que reconstruyeron los hechos y alentaron a que se crearan organismos para defender y garantizar la paz.
Desde mediados de la centuria pasada, la figura de crímenes de lesa humanidad aplica a toda violación de los derechos humanos.
Sin embargo, antes y después, los regímenes autoritarios se expandieron por distintas regiones del planeta.
Brasil fue el último país de la Región en abolir la esclavitud, a fines del siglo XIX.
La matanza de pueblos originarios se siguió perpetuando más allá de la llegada de Colón y sus expediciones europeas.
Sudáfrica eliminó el dispositivo de segregación racial -conocido como apartheid- a principios de la década de 1990.
Las dictaduras latinoamericanas no se olvidan gracias a latidos populares que hacen memoria al evocar a sus muertos y desaparecidos.
Las grandes potencias inician guerras preventivas como coartada para apoderarse del petróleo.
La próxima gran revuelta será por el agua en un planeta devastado por la violencia contra su naturaleza.
Y mientras tanto, nada parece contradecir que toda sociedad está condenada a su extinción.
Cuando llegue ese momento, millones de especies vegetales y animales tendrán la oportunidad de resurgir sin temores ni peligros.
Foto: Middle East Monitor