Se podrá estar a favor o en contra de la relevancia de determinadas distinciones. Los Premiso Nobel no escapan a ese tipo de polémicas, cuyos nombramientos establecen criterios de selección, nunca inocentes y siempre con un mensaje político de fondo.
En el historial de este evento anual de origen sueco que destaca la labor en los rubros de la medicina, la física, la química, la economía, la literatura y la paz, han sido consagrados hombres y mujeres de todas partes del planeta por su aporte al bienestar y porvenir de la humanidad. También, vale decir, han quedado relegados -sin argumentos sólidos- ilustres protagonistas que habrían merecido algún galardón.
Adolfo Pérez Esquivel (1931) es un arquitecto y escultor argentino, referente de las ideas de la teología de la liberación, activista irrenunciable por los derechos humanos sin apelar a métodos violentos. Su labor comunitaria en el contexto de las dictaduras latinoamericanas, defendiendo al campesinado y los pueblos originarios, tuvo sus favorables repercusiones.
En 1980, la Academia votó por él y le otorgó el Premio Nobel de la Paz (cuarto para un ciudadano del país, luego de la misma distinción a Carlos Saavedra Lamas en 1936, Medicina para Bernardo Houssay en 1947 y Química para Luis Federico Leloir en 1970; y antes del que recibiera César Milstein, también por Medicina en 1984).
En su declaración, el Organismo reconoció el compromiso de Pérez Esquivel en lugares como Ecuador y Colombia, y fundamentalmente en el contexto de la última Dictadura Cívico Militar en Argentina, que no sólo lo apresó sino también torturó, habiéndolo utilizado para un ensayo de los denominados “vuelos de la muerte”, antes de liberarlo.
Luego del surgimiento y las denuncias de las Madres en 1977, la realización del Mundial de Fútbol en 1978 y la visita de la Comisión Internacional por los DDHH en 1979, no cabían dudas: la situación de Argentina, arrasada por secuestros, desapariciones, torturas, muertes y demás episodios de violencia, logró impactar en otras partes del mundo.
La voz de Pérez Esquivel, con un discurso calmo y seguro, apenas tuvo difusión en los medios locales. Aun así, el mensaje más importante había llegado a destino.
