Se cumplen 40 años del fallecimiento de Jean-Paul Sartre, uno de los filósofos más representativos de la historia, parte de una intelectualidad francesa que marcó una época, y dueño de máximas que aún perduran.
Un día como hoy decía adiós, casi a los 75 años de edad, a causa de un edema pulmonar que lo tuvo a maltraer en el último tramo de su vida.
Su funeral convocó a miles de personas, evidencia de una popularidad que lo elevó a la categoría de ícono y referente político, social, cultural. Ningún filósofo predecesor tuvo tanta repercusión.
Antes, había dejado su estela, dando vida y difusión a una obra prolífica y ecléctica, que abarcó ensayos filosóficos, novelas, obras de teatro, conferencias y su autobiografía.
Si se debieran resaltar tres características primordiales para comprender la dimensión de su figura, ellas podrían ser:
- El movimiento filosófico: Es exponente del existencialismo ateo; sostiene que el hombre está condenado a ser libre, arrojado en el mundo y abandonado a su suerte, sin ninguna otra misión ni plan supremo que lo determine.
- El compromiso con causas políticas y sociales: Rompió con las estructuras del filósofo tradicional, que hasta ese momento solía permanecer circunscripto al ámbito de las Academias. Tuvo estrecho vínculo con la juventud, fue protagonista y miembro activo del Mayo Francés de 1968. Además, se manifestó a favor de acontecimientos como la Revolución Cubana, llegando a viajar a la Isla caribeña, adonde tuvo un histórico encuentro con Ernesto Che Guevara.
- El modo de comunicar sus ideas: Fue un destacado autor de prosa clara y atractiva de leer en relación a las de otros filósofos. Su estilo al escribir guarda aproximación con la literatura. Hacía filosofía no solamente a partir de textos argumentativos, sino también de otros géneros como el narrativo y el dramático. Por todo ello, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1964, galardón que rechazó por no considerarse escritor sino filósofo; y por razones ideológicas que lo obligarían de algún modo a alinearse con los preceptos de la Academia que lo distinguió.
Sartre ocupó un rol preponderante como intelectual reaccionario, con tendencias opuestas a la normatividad del momento.
Su obra principal, «El ser y la nada», fue publicada en 1943, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, que lo tuvo como partícipe siendo meteorólogo y prisionero de los nazis. Ese suceso, acaso, condicionó como pocos su manera de entender el mundo, algo que le ocurrió a muchos pensadores de aquel entonces que, por ejemplo, a partir de Auschwitz comenzaron a preguntarse si aún podía sostenerse la convicción de que la vida seguía teniendo sentido ante tanta atrocidad de la especia humana.
En ese tiempo y ante las mismas circunstancias, escribió «A puerta cerrada» en 1994, una pieza teatral que explora los infiernos que atraviesan la psiquis de cada persona, cuya debilidad se pone de manifiesto ante la mirada juzgadora de los otros, que desnuda y expulsa hacia el afuera las miserias y secretos que cada cual ya no puede disimular, generándose así un desequilibrio emocional capaz al mismo tiempo de enfermar.
Previamente, había terminado «La náusea», una novela que empezó en 1931 y pulió hasta su versión definitiva en 1938. En ella, la temática central gira en torno al absurdo de la existencia, siendo el protagonista un hombre solitario que decide alejarse de las grandes urbes y su zona de confort burguesa para descubrir si el ejercicio intelectual podía llegar a satisfacer el vacío que lo perturbaba.
Con una pretensión de crítica y ferviente cuestionamiento hacia los propios habitantes del planeta, nació «El existencialismo es un humanismo», una serie de conferencias que el autor dio durante la posguerra, entre 1945 y 1949. En ese documento, Sartre expresa su decepción ante el género humano, al que acusa de todo el daño que ha producido; y que estaba en la humanidad misma reconstruirse luego de tanto despojo. Hacerlo o no era una decisión de la que la especie debería hacerse cargo.
Uno de sus últimos textos fue «Las palabras», autobiografía en que relata, reconstruye y resignifica, episodios de su infancia. Escrita en 1964, se trató de un intento por explicarse a sí mismo; y tal vez sea el puente que conecte sus inquietudes iniciales con sus preocupaciones posteriores.
Más allá de sus obras, Sartre fue referente cultural en cuanto a concepciones diversas como las del amor: tuvo una relación abierta y de público conocimiento con Simone de Beauvoir, precursora del feminismo y referente de su misma corriente ideológica. El dato cobra relevancia porque si algo han compartido los filósofos más reconocidos de la historia es su dificultad para formar parejas e incluso tener hijos.
Volviendo a ellos, ambos adherían a una idea de amor permanente (que subsistía en el tiempo), la cual se intercalaba con otras relaciones de amor contingente (casuales y momentáneas). Los vínculos en construcción revisionista -no bien vistos en la sociedad de aquel entonces, que aún creía en la moral institucional de la vida cotidiana- son un antecedente a las consideraciones actuales sobre sexualidad y afectividad.
De Bouvoir no solamente acompañó a Sartre hasta el final de sus días, sino que también -junto a Maurice Merlau-Ponty, otro filósofo destacado de la época- fueron fundadores de la revista Los Tiempos Modernos, nacida en 1945 y con apariciones periódicas -primero mensual, luego cuatrimestral- hasta diciembre de 2018, cuyo cierre coincidió con la edición N° 700.
Estos hitos permiten comprender al filósofo detrás del hombre, un pensador con vocación transformadora y mirada plural sobre su propio tiempo.
Su activismo como intelectual abarcó cuatro décadas intensas, desde el derrumbe de un mundo sometido al conflicto bélico hasta otro que quedó devastado y sometido al fin de las utopías. En esa incredulidad y escepticismo navegó Sartre, tratando de interpretar un estado actual de cosas que se mantuvo en movimiento hasta finalmente evaporarse.
Hoy sus ideas parecen haber caído en desuso; o mejor dicho, muy arraigadas a un tiempo y lugar determinados. Lo novedoso en su momento ya no lo es ahora.
En la actualidad, varios filósofos se adueñaron de principios por él establecidos: salen de las universidades, tienen línea directa con políticos, se suman a los movimientos de la juventud, participan de programas de radio y TV, escriben para diarios y revistas, hacen culto al pesimismo y manejan redes sociales.
Quizás Sartre no haya predicho nada extraordinario, pero sí fue pionero en algo: en los pasillos elitistas de los grandes centros del saber, se quitó el traje de intocable y pisó el barro de tensiones, tomando partido por algunas y ocupándose de abrir el juego a la discusión permanente.
Foto: Diario El País