El fútbol como excusa

[En mayo de 2020, el cuerpo técnico de las divisiones juveniles de un club de fútbol de la ciudad de La Plata me invitó a dar una charla formativa con sus jugadores, que por aquel entonces tenían edad de adolescentes. El encuentro duró aproximadamente una hora, intentó vincular abordajes del fútbol más allá del juego mismo, indagando en las figuras de un futbolista como el Trinche Carlovich, que no llegó a demostrar todo lo que prometía en sus comienzos; la postal de un entrenador como Marcleo Bielsa, que salió de su zona de confort y rompió el mandato familiar para dedicarse a vivir profesionalmente del deporte; y el destino iluminado de un simple profesor de Secundaria, como Eduardo Sacheri, que un día se convirtió en célebre escritor luego de desempolvar unos cuentos que envió a un ciclo radial, donde cautivó a sus oyentes. Parte de esa intercambio dio lugar a un texto, cuyos algunos fragmentos comparto casi tres años después].

“Desconfío en general de las metáforas

que describen al deporte como una gran lección de vida

y a los ídolos como ciudadanos dignos de imitar.

´La vida –dijo alguna vez Julio Velasco,

sabio entrenador de vóleibol-

es algo más complejo que ganar o perder´”

(Ezequiel Fernández Moores,

en su libro Juego, luego existo,

editado por Sudamericana, 2019).

El estilo y la identidad

Sigue siendo llamativa la muy alta popularidad que goza el fútbol desde siempre, mucho más en estos tiempos.

¿Cuáles serían las causas de esta circunstancia?

Al momento de hallar una respuesta, los caminos podrían diversificarse.

No se sabe bien si los ingleses han inventado o no el fútbol; aún es materia de discusión. Pero lo que no admite dudas es que fueron ellos quienes lo instalaron en varios rincones del planeta; incluso, parte de las palabras que nos resuenan del juego tienen origen inglés (football es balompié; corner, esquina; fair play, juego limpio; off side, fuera de juego; goal, meta-objetivo).

Inglaterra es un país imperialista; es decir, con vocación de conquista, grandeza y un conjunto de posesiones (territoriales, económicas, políticas y culturales) que han caracterizado su rica historia.

A finales del siglo XIX, una nueva ola inmigratoria condujo a sus habitantes para estos lugares en busca de oportunidades.

Así fue que, además de traer el fútbol, llegaron con ansias de transformar la sociedad y –entre otras tantas influencias- crearon varios clubes.

Si se repasa el pasado, es posible advertir que hay una tradición vinculada a la pelota que se consolida en el Río de la Plata (Argentina y Uruguay) y que se extiende por las costas del Atlántico (Brasil).

Para muchos especialistas en la materia, el fútbol ha tenido cuatro reyes (Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona, en estricto orden cronológico) y uno que ya está en condiciones de pertenecer a ese conjunto de ilustres (Messi). En resumidas cuentas: cuatro sudamericanos (tres argentinos, un brasileño) y un europeo (oriundo de Holanda, que además es considerado por un sector de la crítica como el protagonista más importante de la historia del juego, ya que estuvo en dos revoluciones: como futbolista en los 70 y como entrenador en los 90).

¿Cómo se explica esto?

Eduardo Galeano, un muy reconocido escritor uruguayo (1940-2015) que además era gran fan del fútbol, se ha encargado de brindar alguna reflexión al respecto: palabras más, palabras menos, argumentaba que en estas tierras, tan desoladas, con muchas calles abandonadas y cubiertas de piedras, controlar el balón ameritaba habilidades extraordinarias porque las ondulaciones del suelo (lejos de la prolijidad de los asfaltos) generaban que rebotara para cualquier lado. Por lo tanto, aquellos que lograban destacarse lo hacían más por instinto de supervivencia que por arte de magia.

Desde hace aproximadamente cuatro décadas, el fútbol dejó de ser un fenómeno meramente deportivo. A medida que se extendieron las comunicaciones (desde la televisión en color hasta el crecimiento exponencial dado por la Internet), se convirtió en un acontecimiento global que abrazó a distintos actores y secciones de la sociedad, independientemente de razas, idiomas o clases.

Y aquí la cuestión que interesa resaltar: la pasión por el juego, la identidad, el estilo; toda la expresión cultural que hace a la idiosincrasia de los pueblos: desde movimientos colectivos hasta expresiones individuales.

¿Qué tienen en común un futbolista casi anónimo como el Trinche Carlovich, un entrenador respetado y rebelde ante el mandato familiar como Marcelo Bielsa y un simple profesor de Historia en el nivel secundario que se consagró en tanto escritor como Eduardo Sacheri?

(…)

A modo de conclusión: dar lo mejor para ser feliz

Al principio de este texto, hay una cita del periodista Ezequiel Fernández Moores (columnista, entre otros medios, del diario La Nación). En ella, apoya su reflexión a partir de unas ideas de Julio Velasco: la vida es mucho más compleja, con más alegrías y también tristezas –agrego yo- que los sucedidos en una simple contienda deportiva.

Cualquiera está invicto cuando sueña.

Cada uno escribe su propia historia, en compañía de actores de reparto que forman parte de un camino al que se le desea el mejor de los destinos posibles.

Sin embargo, el factor de lo inesperado –para bien o para mal, dicho así, en términos extremos- también hace intervenir lo imponderable.

Decía Alejandro Dolina –conductor radial de un ciclo llamado La venganza será terrible, cuya emisión va de lunes a viernes de 24 a 2 hs por Radio Cooperativa- que el mundo está lleno de cosas que pudieron ser. En referencia al memorable gol de Diego Maradona a Inglaterra en 1986, afirmó: “esas jugadas son tan maravillosas que nunca salen; siempre hay un pie que la arruina, un tipo que te voltea, un juez que cobra una falta inexistente…”.

Y quizás algo de eso suceda.

No basta con imaginar en grande.

No basta con los esfuerzos.

No basta con los merecimientos.

Pero sin ellos no se podría dar nunca el primer  paso.

Si el mundo está lleno de cosas que pudieron ser, Trinche Carlovich no hubiera tenido techo y habría construido una carrera memorable, en los más hermosos escenarios; Marcelo Bielsa sería aún más legitimado como formador en caso de que el éxito fuera más habitual en su labor profesional; y Eduardo Sacheri habría alcanzado a tirar las últimas paredes que Bochini dibujó con la 10 del Rojo.

El tema es dimensionar las emociones.

Trinche tuvo talento y no voluntad.

Bielsa, al revés: combatió su falta de cualidades naturales fortaleciéndose en sus esfuerzos.

Y Sacheri se valió un poco de ambos: a su talento para escribir le agregó esfuerzo para llegar. A diferencia de los otros dos, no esperó ni buscó ni dejó pasar la oportunidad; simplemente, la creó.

Ellos tres fueron auténticos, porque pudiendo haber sido algo distinto, fueron lo que –al fin y al cabo- eligieron ser.

Miraron para sus adentros prescindiendo del entorno y sus presiones.

Lo hicieron en esta misma sociedad que se atreve a discutir a Lionel Messi –descomunal trayectoria con números de otro tiempo-, engrupiéndolo por no cantar el himno y no ganar, no gritar, no mostrar una personalidad que lejos está de ser la suya. Es zurdo, chiquitito, escurridizo, goleador, capitán, usa la 10; sí. Pero no es Maradona como nadie es otra persona.

Un pueblo cuya idiosincrasia decide ignorar a Javier Zanetti, alguien que jugó casi veinte años ininterrumpidos en un gigante como el Inter de Italia (fútbol que hace culto a la marca, el roce y la defensa), siendo un laborioso y dúctil lateral derecho –se insiste en el concepto por si no quedó claro: lateral derecho-, un puesto periférico pero no menos importante cuando se piensa en espíritu de equipo.

A riesgo de generalizar, nuestra Argentina le dio la espalda a gente que hizo mucho por el país: el escritor Julio Cortázar (1914-1984) debió exiliarse por pensar distinto; al compositor de tango Astor Piazzolla (1921-1992) se lo acusó de traicionar los valores de ese género musical por buscar maneras de revolucionarlo; y la tenista Gabriela Sabatini llega a los 50 años de edad siendo una mujer íntegra, admirada en todo el mundo, ejemplo de conducta y compromiso, haciendo oídos sordos a cuestionamientos y descalificaciones porque siempre le faltó un plus para llegar a ser N° 1, despertando burlas por prejuicios machistas que poco y nada contribuyen.

Quizás, lo más importante sea ser fiel a uno mismo.

No traicionarse.

Entender que la grandeza puede tener muchas manifestaciones, no siempre lo que se vende como el camino más fácil de llegar.

El termómetro popular no siempre es el periodismo, cada vez más preocupado en inventar polémicas que en construir debates; tampoco necesariamente el aficionado, que elige ubicarse en la comodidad de las gradas para reír o llorar según estados de ánimo que son mucho más profundos que el fútbol.

Carlovich, Bielsa y Sacheri, a su manera, lograron trascender.

Trinche vivió como quiso, sin deberle nada a nadie.

Bielsa, a la edad en que muchas personas se jubilan para merecidamente descansar, sigue trabajando.

Sacheri prepara sus escritos con la minuciosidad y el profesionalismo de alguien que está muy atento a no devenir un autor comercial.

Qué importante sería que jugaran siempre en el propio equipo.

Recomendaciones:


Deja un comentario