Sentido de pertenencia

Sebastián Alejandro Battaglia (Santa Fe, Argentina, 1980) llegó a las Juveniles de Boca Juniors a los 15 años de edad, en una de las épocas más difíciles para una institución siempre sedienta de títulos.

Por aquel tiempo, jugar en la Primera División del equipo más popular del país era prácticamente una misión imposible porque las figuras consagradas -contratadas a partir de inversiones millonarias- no solamente terminaban anulando a las promesas sino que también eran devoradas por un club ansioso y en algún punto autodestructivo.

Fue Oscar Regenhardt, uno de los reclutadores de talentos que trabajaban para Jorge Griffa (maestro, ícono y emblema en cuanto a la formación de futbolistas), quien agudizó la mirada y lo apuntó: Battaglia cautivó por su ubicación en el centro del campo, un 5 clásico y moderno, con capacidad de quite y simpleza para el primer pase.

Todas aquellas virtudes fueron especialmente valoradas por Carlos Bianchi, el entrenador que cambió la historia de Boca por su sabiduría, calma y espíritu ganador. Bajo su tutela se estrenaron varios jugadores de las divisiones inferiores, la mayoría de ellos integrándose a un conjunto ya ensamblando en que cada integrante sabía muy bien cuál era su rol, con líderes preparados para marcar el rumbo de los jóvenes.

Battaglia empezó a sumar rodaje, creciendo a imagen y semejanza de su DT. Con apenas 18 años de edad parecía un veterano gracias a la experiencia de disputar como titular varios partidos determinantes que quedaron en la efeméride grande del conjunto de la Ribera. Tenía inteligencia táctica, economizaba esfuerzos, no apelaba al juego brusco y contaba con presencia en las dos áreas, tanto para defender como para atacar. Además, su versatilidad le permitió ampliar su zona de influencia: podía desempeñarse en el círculo central como también a los costados. En síntesis: un jugador de equipo, perfil bajo y solidario. Su mejor versión la alcanzó en 2003, festejando por triplicado (Campeonato Local, Libertadores, Intercontinental). De allí dio el salto a Europa, donde no tuvo gran suceso, y volvió a Boca para jugar hasta donde las recurrentes lesiones en la rodilla se lo permitieron. Su retiro prematuro de la actividad dejó la sensación de que podría haber sido protagonista durante cinco, seis o siete temporadas más, en una época según la cual los avances de la medicina permiten prolongar en años la vida del futbolista de élite. Al decir adiós, se colgó una medalla que lo convirtió en indispensable: el futbolista más ganador con la Azul y Oro.

Una década pasó entre su último partido profesional y el estreno como entrenador de Boca. En ese lapso, transcurrieron los ocho años de la Presidencia de Daniel Angelici, un delfín de la política neoliberal de Mauricio Macri, cuya gestión se emparentó más con el perfil de una empresa que con las razones de un club social. Su imperio de 25 años en el poder cayó a fines de 2019, doce meses después de la dolorosa derrota por Copa Libertadores frente al River de Gallardo, Francescoli y D´Onofrio en Madrid.

A partir de entonces, hubo un cambio de timón: Jorge Amor Ameal, cercano al kirchnerismo, contó con la venia de Juan Román Riquelme para construir un bloque político que tuvo la misión de recuperar la identidad perdida. El ex 10 diseñó su regreso convocando a Miguel Ángel Russo, viejo conocido de la casa con quien obtuvo la última Copa Libertadores del club en 2007. A Sebastián Battaglia lo designó entrenador de la Reserva, proyectándolo para el cargo una vez que terminara el ciclo del experimentado conductor.

Sin embargo, en Boca un día es una eternidad y los tiempos se aceleraron. Battaglia asumió de apuro en los últimos meses de 2021. Optimizó al equipo pero nunca convenció del todo. Perdió partidos importantes y ganó sin brillar la Copa Argentina por penales, un boleto que le permitió renovar por un año su voto de confianza. Hasta el 20 de abril de 2022, la noche en que un pálido empate frente a Godoy Cruz de local pareció marcar el final, su etapa como DT estuvo signada por la falta de reacción ante momentos de alta intensidad, su distante relación con la dirigencia y la apatía de futbolistas que no transmitían grandes emociones en la cancha, siendo noticia por sus recurrentes actos de indisciplina.

El hincha lo empezó a mirar de reojo pero siempre le brindó respeto por la gloria bien ganada. Asimismo, los medios de comunicación -respondiendo en muchos casos a intereses de grupos opositores- buscaban permanentemente excusas para desestabilizarlo.

Battaglia emergió de las cenizas. Se mantuvo fuerte para seguir, acercó posiciones con el Consejo de Fútbol liderado por Riquelme y logró el compromiso de sus futbolistas. Además, introdujo cambios decisivos en la formación inicial que se tradujo en un mejor funcionamiento, cambió de semblante y creció la confianza hacia sí mismo.

Eso se vio reflejado en los últimos 9 partidos entre el torneo local y la Libertadores: 6 ganados, 2 empatados, 1 perdido. Un solo gol en contra para los últimos siete cotejos. La consagración de la Copa de Liga el domingo 22 de mayo frente a Tigre calma la ansiedad y marca el camino. El próximo jueves, Boca depende de sí mismo para continuar en la competición más prestigiosa de Sudamérica, algo impensado un mes atrás.

Con este segundo título siendo entrenador, Battaglia llega a 19 estrellas sumando su etapa como futbolista. Es probable que no alcance la dimensión de leyenda -algo que por ejemplo le cabe a Riquelme, Palermo o Barros Schelotto- y que resulte algo exagerado asignarle el título de ídolo, pero sin lugar a dudas tiene los pergaminos indelebles de los símbolos o referentes. Quizás tampoco se convierta en uno de esos directores técnicos que trasciendan épocas.

Pero en este aprendizaje veloz que no perdona pasos en falso va llenando casilleros.

De Bianchi para acá, ser entrenador de Boca implica, entre otras aptitudes, cumplir con las siguientes:

– Ejercer un liderazgo seguro y calmo, ganándose la credibilidad de la dirigencia, los futbolistas y la afición.

– Declarar lo justo y necesario ante la prensa, evitando las polémicas.

– Tener sabiduría para no confundirse con las repercusiones de las victorias o derrotas.

– Tomar decisiones justas y coherentes a través de mensajes simples.

– Ser humilde, valorar el lugar que se ocupa y respetar la historia del club.

Sebastián, ejemplo de profesionalismo, entiende por dónde hay que ir.


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