Una de las señales deportivas más influyentes de la actualidad, sindicada como bastión del empresariado, envía a un periodista hasta Ezeiza, el predio donde allegados al protagonista cuentan que se queda hasta las 3 de la mañana, trabajando sin cesar.
Allí aguarda él. Sentado con la indumentaria oficial de su club, un mate grande y el termo como fiel ladero. La puesta en escena se completa con un semblante calmo. El hombre, cerebral como cuando jugaba, nunca eleva la voz ni pierde la compostura. Maneja los silencios.
Camino a los 44 años de edad, Riquelme sigue siendo una persona distinta: por momentos contracultural, cercada por un círculo íntimo elegido con la minuciosidad del dedo selectivo. A veces parece evocar a la Mona Lisa, célebre pintura de Leonardo, por la dificultad de adivinarle la paleta de emociones, que puede ir desde la alegría a la disconformidad.
Román es el humilde muchacho de la postergada Don Torcuato, dueño de pocas palabras y una timidez adolescente que escondía en su suela la esperanza de progreso de una familia numerosa.
Riquelme es el 10 de Boca, ídolo, emblema, bandera del club más popular del país. El que edificó la gloria desde la belleza de un juego exquisito, decisivo e inteligente.
Román Riquelme, en cambio, es el combo completo. Dócil con sus amistades, hosco con el resto. Un mazo de cartas marcadas, que se enfrentó a los Dueños de la Argentina desde muy joven, luego pactó una tregua y ante la traición volvió a marcar la cancha entre propios y ajenos.
Tiene el hermetismo del Indio Solari, aspectos del liderazgo de Kirchner y habilidades discursivas de Dolina.
Aleja los rumores que rozan a él y los suyos, dejando en evidencia las operaciones de prensa, relativizando los errores cometidos y convirtiendo en medias verdades las circunstancias que pueden analizarse en perspectiva opuesta.
Cuando habla es claro en su conceptos y evita vacilaciones con su capacidad de convencimiento.
Algunas preguntas crecen a la par de esos mitos que se desconocen: ¿Concentra poder? ¿Le cuesta delegar? ¿Es dueño del club?
Hay quienes le cuestionan que en su gestión colocó a sus amistades en distintos puestos para acompañarlo, ¿pero qué dirigente no se rodea de personas dignas de su confianza?
Los medios que en su ausencia se muestran valientes, en el mano a mano le temen.
Hoy es la figura política más fuerte contra el poder de un partido que se debilita, desesperado por recuperar la hegemonía de la Casa Rosada y la Bombonera.