Admiro a los colegas que salen de su comodidad y toman riesgos.
A los que luchan desde adentro para que las condiciones de ejercer el derecho de la educación sean más dignas.
A quienes tienen pasión, compromiso e idoneidad para la escucha.
A todos los que cultivan la humildad sin ser autorreferenciales.
A los que ven en el otro una oportunidad y no un obstáculo.
A quienes asumen los errores y comparten sus virtudes.
A todos los que se animan a proponer algo distinto y que emancipe.
A los que son auténticos sin hacer alarde sobre lo cuánto que saben o conocen.
A quienes respetan los tiempos de los estudiantes, teniendo paciencia para comprometerse con procesos de enseñanza y aprendizaje que si no los brindara la escuela difícilmente podrían encontrarse en otro lado.
A los que van de frente, con respeto y autonomía, sin esconderse detrás de falsas investiduras o anonimatos virtuales.
Elijo a los docentes que enseñan para la vida y hacen causa común con necesidades del conjunto.
En todo este tiempo, situado en ambas veredas, no dejo de pensar que los profesionales del ámbito privado deberían tener la dignidad de rebelarse aunque sea un poquito más y salir del egoísmo. Tal vez así, la lucha deje de estar sectorizada y el beneficio sea de toda la comunidad.
Valoro a los profesores que aún en la adversidad resisten con entereza y sin traiciones, sabiendo que la escuela pública no es ningún pudor sino un orgullo.
Aplausos a quienes asumen que educar es una acción política.
Feliz Día.