Infancias vulneradas, entre el crimen organizado y la impericia de las autoridades estatales

El caso de Loan Danilo Peña, un niño correntino que con apenas 5 años de edad se encuentra desaparecido, mantiene en vilo al país.

No es para menos. Según consigna Missing Children Argentina, organismo que se encarga de buscar a menores de edad en situación de riesgo, hay poco más de un centenar de chicos que no han vuelto a su hogar, algunos desde hace dos décadas.

Quizás la primera referencia que surja a nivel masivo sea el de Sofía Herrera, quien en septiembre de 2008, a los 3 años de edad, fue vista por última vez en Tierra del Fuego. Su desaparición ha inspirado el denominado Alerta Sofía, un mecanismo de difusión masiva de datos para dar con el paradero de menores de edad.

Recientemente, el sitio El Destape ha visibilizado otras ausencias: Vanesa Zamora (Alta Gracia, Córdoba), quien en 1992 desapareció camino a una despensa, sospechándose que ha sido por fines sexuales, donación de órganos, venta o adopción ilegal; Hernán Enrique Soto (Comodoro Rivadavia, Chubut) de quien no se supo más desde 1997 y que según su madre podría estar en algún pueblo sin Internet; Andrea Silva (Misiones), una pequeña que desde 2000 no se tiene más noticias, siendo las hipótesis que se barajaron un ataque de animales o secuestro hacia Brasil; Kevin Joel Sánchez (Gualeguaychú), quien habría sido secuestro por un hombre desconocido en diciembre de 2004; y Guadalupe Lucero (San Luis), vista por última vez en 2001 en la casa de su tía, luego de lo cual se presume ha sido secuestrada.

Un patrón común a estas desapariciones tendría que ver con conflictos familiares o descuidos momentáneos, pero en cualquiera de esas situaciones se pone en evidencia un flagelo que crece.

Lo preocupante, también, es la impericia de un Estado ausente que no puede asumir la responsabilidad de cuidar a la ciudadanía, quedando expuesto ante el poder del crimen organizado, cuyas células cuentan con complicidades y maniobras que tienen un alto costo político para los gobiernos.

La falta de celeridad de parte de las autoridades oficiales, sumada a su evidente incapacidad para hacer frente a circunstancias vinculadas con el delito de grandes escalas, dan vía libre a toda una clandestinidad que lucra con los cuerpos, sometiéndolos a la explotación, el robo, la tortura o la muerte.

Loan desapareció en una localidad pequeña, donde todos los habitantes se conocen entre sí. A su edad, resulta imposible que haya escapado por su cuenta o se encuentre extraviado sin que nadie lo pueda detectar.

Un país como Argentina, que ha hecho una bandera de los derechos humanos y la desaparición forzada de personas, no debe dejar de lado la problemática de que en poco más de cuarenta años de democracia sigan repitiéndose ese tipo de prácticas.

En tal sentido, urge que los medios de comunicación, tan denostados -y con razón- por ir detrás de una primicia sin importar las consecuencias, en ocasiones así se encarguen de visibilizar, concientizar y hasta presionar para que no se repitan estos episodios que sin lugar a dudas quiebran el pacto social.

Hace unos días, la Hermana Martha Pelloni, reconocida activista en favor de los derechos humanos a partir del asesinato de María Soledad Morale, joven estudiante de secundario que fue víctima del poder de Catamarca en 1990, declaró a diversos sectores de la prensa que en lugares postergados y alejados de los grandes centros, hay niños que son vendidos y entregados por familias que los dan a cambio de dinero para subsistir.

Loan, al cuidado de tres personas adultas que guardan silencio o declaran parcialmente, lleva ocho días desaparecido, luego de haber compartido un almuerzo familiar en la localidad de 9 de julio y salir con su tío y una pareja amiga de éste a recorrer las zonas rurales en busca de naranjas.

Algunos oportunistas aprovechan para sacar provecho de esa situación y aumentar seguidores, otros opinólogos se encargan de juzgar y quejarse a través de las redes sociales, mientras el Estado demora en cerrar las fronteras y activar protocolos inmediatamente a para cambiar la carátula de abandono de persona al de trata. En ocasiones así, cada instante que se pierde no se recupera.

Las versiones se acumulan, con voces que son inconsistentes y otras que generan dudas; sin embargo, no se descarta ninguna posibilidad. Evidentemente, hay silencios que interpretar, complicidades a descifrar y hechos por reconstruir.

Mientras tanto, el principal damnificado es el niño, porque aunque pueda ser hallado sano y salvo, la experiencia traumática que atraviesa es tan indignante como lamentable. No sólo le han arrebatado la infancia, sino también sus derechos.


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