Hacer bandera

El suceso tiene ribetes de simbólico, real, cruel y triste. Aun así, acaso expresa y sintetiza el legado de Belgrano como ícono, prócer y leyenda de la patria.

Tiene que ver con el final de su vida.

Don Manuel estaba enfermo de hidropesía, una afección que consiste en la acumulación de líquido en la zona del pirotoneo y que también puede aparecer en el cuello, los brazos, las muñecas y los tobillos. Causa un dolor de vientre tan fuerte que deja postrados a quienes lo padecen.

Muy debilitado, fue a atenderse con un médico. Para pagarle su servicio, le ofreció un reloj de oro que tenía (era de bolsillo y con cadena), regalo del Rey Jorge III de Inglaterra. En el ocaso de sus días esa pieza valía una fortuna.

Belgrano falleció el 20 de junio de 1820, poco después de haber cumplido 50 años. Lo hizo en silencio y soledad, ante la indiferencia popular de las autoridades y la población en general.

Ese desenlace no sólo dice mucho de una época sino también de una sociedad. Habla de su idiosincrasia, vinculada al egoísmo y la ingratitud.

Recién en 1938, poco más de un siglo después, el Congreso Nacional determinó que cada 20 de junio sea feriado para conmemorar no ya el deceso, sino el paso a la inmortalidad de una figura clave en el período independentista.

Ese acto de reparación histórica pone un manto de dignidad a la historia misma de la patria, que si no reivindica a sus mentores corre el riesgo de asistir a una orfandad cuyos duelos tienen alcances inimaginables.

Celebridades como Belgrano tienen esa particularidad de haber sido personas comunes con la virtud de realizar algo extraordinario. Entonces, su desidealización consiste en encontrarlo a partir del reconocimeinto de diversos sectores de la sociedad: el maestro, el médico, el obrero, el carpintero y el ciudadano de bien, entre otros, son factores inspiradores para construir una argentinidad identitaria.

Sin embargo, los dirigentes políticos no suelen alcanzar esa dimensión indiscutible que hoy se le asigna a Don Manuel. Las principales razones quizás estén en la falta de diálogo y gestión así como también en la concentración del poder (sobre todo adquisitivo). En otras palabras: poca responsabilidad para los cargos, mucho dinero en las cuentas bancarias.

Las autoridades de gobierno deben recuperar el reconocimiento de la sociedad. Es necesario que trabajen especialmente en la capacitación, la escucha, la honestidad y la humildad, siendo sensibles y cercanos a los tantos problemas que tiene el país.

Aun así, es importante que la ciudadanía asuma, comprenda y se haga cargo de que la clase dirigente no habita una dimensión desconocida. La propia sociedad, en su conjunto, tiene la enorme proyección de emancipar y corromper al individuo. No se trata de decir unos y otros. Sino que en el todos está la clave que explica la pertenencia a un mismo colectivo, con virtudes y miserias.

Lo preocupante es que quienes llegan a la cima se olvidan del origen y manipulen a las multitudes con decisiones mezquinas que perjudican a las mayorías.

No es necesario que un dirigente político para ser valorado como ejemplo tenga que morir pobre y en soledad. Tampoco crear una bandera ni enfrentar militarmente a los ejércitos usurpadores. Mucho menos ser homenajeado con el nombre de escuelas, calles, hospitales, rutas y lugares, además de aparecer en los billetes.

La exigencia es mucho más simple: ser idóneo, trabajador e íntegro.

El heroísmo de un patriota consiste en sentir amor y orgullo por lo propio, no vergüenza. Al fin y al cabo, pasa por ser una persona común, al igual que todas las demás. Aunque quizás ello resulte mucho más difícil que autoperciberse como revolucionario y tergiversar un ideal tan sagrado como el de la libertad.


Deja un comentario