Apuntes sobre los medios masivos de comunicación

[A propósito del último 7 de junio, que fue el Día del Periodista en Argentina, comparto ahora unas reflexiones que escribí probablemente hace una década, como parte de un proyecto sobre un libro de ensayo a publicar. Esa propuesta no quedó abandonada ni nada por el estilo, sino que en este espacio la voy resignificando. Volver sobre las propias palabras es también entender la evolución del pensamiento. Y esos intentos, claro está, valen la pena].

Aunque cueste entenderlo, cabe afirmar que la noticia, como fenómeno, no existe. Sólo se trata de una construcción mediática que pretende centrar la atención en un determinado acontecimiento, sin que éste necesariamente implique algún tipo de relevancia para los consumidores de la información.

Los medios de comunicación proponen un relato de lo que se presume como real y en el impacto de la reiteración logran fundamentarse hasta lograr algún tipo de efecto que permite darle sentido a la lógica de un sistema que sólo se sustenta a través de la manipulación.

La comunicación es un proceso que involucra un emisor, un mensaje y un receptor. Siempre existió, pero nunca tan manifiestamente como ahora, momento en que las nuevas tecnologías tienen la facilidad de disponer de un sinfín de redes para hacer circular determinados acontecimientos. La fuerza y la repercusión de ellos será lo que marque su nivel de mayor o menor preponderancia y también exposición.

En la era de la información parece no importar tanto la credibilidad de lo anunciado sino el hecho de garantizar una circulación que se multiplique exponencialmente.

El hombre, históricamente, siempre ha tenido necesidad de trascender. Para ello, una de las formas que ha  encontrado es la divulgación en cualquiera de sus formas.

Las antiguas culturas se valieron de los relatos de tradición oral. Luego, la escritura permitió fijar las ideas y las concepciones que, consolidadas, irían a configurar el conjunto de tradiciones y costumbres con las cuales cada sociedad iba ganando en identidad.

Las bibliotecas fueron fuente de conocimiento y refugio de poder. La cultura letrada no estaba al alcance de todos, solamente de las clases altas, quienes tenían acceso a un tipo de formación intelectual no logrado por los otros sectores marginados de la sociedad.

La Edad Media consolidó esa tendencia y dejó sin rastros aquellos textos que iban en detrimento de la doctrina hegemónica de aquel momento, presentado como una indudable amenaza para el poder que surgió, creció y se consolidó durante diez siglos de historia.

La modernidad marca un quiebre y un cambio de rumbo. El espíritu de la época fue de la mano del desarrollo tecnológico, clave para generar nuevas conciencias y fomentar el surgimiento de las ideas nacientes.

El movimiento político, social, cultural, económico e ideológico –sin importar el orden de la enunciación- contó con el apoyo de la máquina, una construcción del hombre moderno. La imprenta se erigió como la necesaria herramienta que posibilitaría darle curso a otro orden de manera mucho más rápida e inmediata que a través de otras iniciativas que pasaron a formar parte del olvido.

En el fenómeno de la comunicación se provoca un efecto dominó en que cada suceso va convocando a otro y así sucesivamente: hay alguien que necesita comunicar un mensaje a un destinatario; lo hace a través de un proceso que incluye una herramienta, que cuanto más esté desarrollada más podrá poner al alcance de un mayor número de receptores lo que se quiere transmitir.

En la era del capitalismo y la revolución industrial existe el factor costo-beneficio. La imprenta permite la divulgación de un mensaje a mayor número de destinatarios en una menor cantidad de tiempo. En este tiempo, por ejemplo, se sitúa el nacimiento de la prensa.

El avance de la cultura tiene, en este tiempo, un ritmo demasiado acelerado. Durante los siglos de la Edad Media dio la sensación de que poco y nada hubo pasado; el orden conservador y la estructura de la sociedad consolidaban la idea de un status quo, una quietud indisimulable que se vio alterada con un tiempo en el que la aceleración es una de las marcas distintivas a partir de los procesos de producción, claramente en constante evolución.

La imprenta permitió una mayor concentración social en cuanto al conocimiento. Si bien la burguesía nunca dejó de tener el poder de las decisiones que marcaban a una época, otros sectores históricamente relegados pudieron tener un acceso a la información con la que no habían contado antes.

Cada época está dominada por un paradigma o varios. En este caso, el sistema capitalista confluyó en un conjunto de decisiones y realidades que fueron funcionales a él. El hombre pasa a ser protagonista predilecto de la historia, tomó las riendas de sus propias circunstancias y se adentró a la aventura de consolidar ese poder que primero fue de unas pocas mentes iluminadas, luego con el respaldo tecnológico y más tarde abrazó al mayor número de personas posibles; es decir, se masificó.

Está claro que la dominación más exitosa que se puede llegar a lograr es la ideológica. La brutalidad de la contienda física sólo provoca un progreso en la toma de posiciones, pero ese poder no se sostiene si no se la fundamenta con ideología. En la lucha cuerpo a cuerpo, en la lógica de las guerras y las invasiones, hay un poder que se reduce al instinto primitivo de los hombres. El combate por el combate mismo siempre correrá un peligro mayor que aquel que se da en el orden ideológico. Dominar las mentes implica dominar los cuerpos y no a la inversa.

La era de las comunicaciones fue evolucionando conforme fue dándose también el desarrollo de las tecnologías. Lo que primero fue divulgación, luego consistió en masividad y más tarde en avasallamiento. La información, incluso hoy día, logra circular con mayor relevancia que el conocimiento y el saber. Es decir: se asumen los acontecimientos antes de tener conciencia de ellos. No se reflexiona acerca de los mismos porque ya no hay tiempo: una noticia, es decir, un acontecimiento difundido, es prontamente superpuesto por otro. La noticia dura poco y nada. Hay mucha información en menos cantidad de tiempo y a través de esa fugacidad se pierde todo lo relevante que pudo llegar a haber sido.

En el siglo XX comenzó un crecimiento inusitado de los canales de información. Del telégrafo a Internet, hubo muchos medios auditivos y visuales que pretendieron rescatar el instante aunque no siempre hacerlo perdurable.

Cuando se habla de comunicación hay que tener en cuenta que, en su etimología, se pretende “hacer común unión” de un mensaje. Todo acto es comunicativo si pretende anunciar algo, aun cuando no se hallen respuestas al respecto. Hay teorías que hablan, por caso, de que el silencio también está comunicando.

Los grandes movimientos políticos que marcaron tendencia en el siglo XX -la propaganda nazi es un claro ejemplo de ello- contaron con el uso indiscriminado de los medios de comunicación. Llámese “medios” porque los canales de divulgación se sitúan entre el sujeto comunicante y el sujeto comunicado, mediando así entre ellos.

Es famoso el caso del nazismo, que si logró consolidarse en parte fue por su impronta ideológica, capaz de ser difundida a través de un mecanismo de repetición constante que provocó, inevitablemente, una versión de los acontecimientos acorde a los intereses de quienes disponían de los medios a disposición para hacer hegemónico un discurso lo suficientemente eficaz para mantenerse en el poder durante mucho tiempo y lograr la atrocidad de devastar millones de personas con el único justificativo de estar a favor de una raza superior, idea legitimada por la fuerza de los medios de comunicación de aquel entonces.

Otras formas de gobierno despóticas –fascismo, comunismo, algunos populismos- y con pretensiones de ganar inmediatamente la adhesión de las masas hicieron uso y abuso de los medios de comunicación para tener gran parte de la tarea realizada.

En la forma de conocer de las personas, la repetición y la construcción de una realidad operan de manera inconciente en las subjetividades, generando una conciencia colectiva que impacta de manera tal que logra efectivizar como hegemónico un mensaje político carente tal vez de fundamentos. Pero si lo lleva a cabo es porque cumple con creces el hecho de adormecer a la masa entendida en su conjunto y recurriendo a artilugios que son capaces de derribar creencias y promover acciones que sin esa constancia e hincapié en el suceso difundido a nivel exponencial no se daría.

El giro copernicano que se sitúa en los orígenes de la modernidad, cuando el eje del conocimiento pasa a ser el sujeto que aprehende a un objeto, implica consolidar la idea de que el saber puede ser objetivo. Es decir, que existe algo así como lo real o que es posible hablar de realidad. Partiendo de esa premisa, los medios de comunicación pretenden erigirse como la mente todopoderosa –antes llamada Dios- que es garante de lo que se presume es el conocimiento verdadero. Si la idea es objetivar lo que sucede, entonces puede hablarse de lo indudable y certero de los acontecimientos. Hay hechos que existen y eso no se pone en duda, de manera tal que si hechos existentes son difundidos, los medios de comunicación serán, entonces, aquellos que hablen sobre lo que ocurre en la realidad.

Cuando la teoría de la comunicación iba creciendo a grandes pasos pero sin llegar a ser lo que es ahora, el peligro era mayor porque las voces que daban cuenta de los acontecimientos eran menos. En esa lucha de fuerzas, la voluntad del medio más fuerte era el que se imponía como garante de lo que verdaderamente era real y, en consecuencia, ese poder que tenía asignado legitimaba a los medios más reconocidos a desacreditar aquellas voces que desacreditaban su información.

Desde la década de 1950 a esta parte se dio el fenómeno de mayor divulgación. Al haber más canales de comunicación, el poder de las teorías comunicativas se masificó y, en algún punto, democratizó. De manera que la información legitimada no encontraría ya un puñado de medios luchando por la hegemonía de los acontecimientos, sino que ahora esos mismos medios al haber crecido en número podrían poner en puja varias versiones de lo que pretende ser entendido como realidad.

Los medios, tampoco, salen de la lógica del consumo, la oferta y la demanda. Es noticia lo que vende, lo que se sabe que la gente necesita consumir. Hoy en día la divulgación corre por cuenta de varios canales: Internet, televisión, prensa, telefonía celular, radio, etc. Internet, a su vez, marca el ritmo como reina de otros canales generados por ella misma; ejemplo de esto son las redes sociales.

La actualidad marca que las polaridades, en algún punto, se unen. Que la noticia como fenómeno no exista hace que, paradójicamente, todo pueda ser susceptible de considerarse novedad.

Hay en la divulgación de los acontecimientos una falta de ética y criterios que no fueron en detrimento de la comunicación, sino que la consolidaron. Las redes sociales van creciendo porque el individualismo –cada persona con su móvil, su computadora, su correo electrónico, pero no con su propia identidad a salvo- hace que cada individuo tenga la necesidad de ser noticia para no perderse en la masa, producto de la despersonalización y enajenación al que se somete quienes por formar parte del conjunto no logran rescatar lo que íntimamente los constituye.

La noticia, entonces, se circunscribe a la divulgación de un acontecimiento capaz de despertar curiosidad, ya sea por genuino interés o mero morbo. En las últimas décadas ha quedado claro que lo más llamativo fue lo que históricamente estuvo prohibido: el sexo, la muerte, el acceso a la privacidad, son elementos de la cultura que antes permanecían  ocultos pero que, en la era de las transmisiones en vivo y en directo, en el modelo de una sociedad que no necesita regirse desde la intimidad de los secretos, repercuten de manera tal que los hace generar indiscriminadas adhesiones.

No todo puede ni debe ser interesante. No porque ni la vida entera, incluso, alcanzaría para poder ser testigo de todo lo que ocurre. Los medios de comunicación adormecen la conciencia, engañan, persuaden y hasta legitiman regímenes que de ninguna otra manera hubieran podido alcanzar altas esferas.

Por otro lado, los medios de comunicación también ejercen un poder de profecía autocumplida. Cuando desde sus canales de información se insiste en una determinada consecuencia, muy probablemente estén estimulando que determinado hecho ocurra sin que de otra manera hubiera acontecido. En ese sentido, formando parte de un inconciente colectivo inimaginable, también operan los mass media.

Lo llamativo del caso es que la tecnología sigue su desarrollo y nada parece que va a detener esta tendencia. Seguirán proliferando los canales de información aunque lo que se informe no sea relevante y aunque esa información consista en deformar los hechos u acontecimientos.

La necesidad de estar informados no siempre va acompañada del conocimiento y el saber. Informarse es acceder, conocer es estar al tanto y saber es comprender. El acceso es ilimitado; no todos conocen y muchos menos son los que saben o reflexionan acerca de lo que sucede. Los grados de complejidad están de manifiesto y si los medios de comunicación son también masivos se debe a que garantizaron la mejor manera de difundirse, esto es, requiriendo la menor competencia y aptitud posibles para sus receptores. Acceder a la información es, actualmente, producto de un gesto instintivo que requiere de menos elaboración que el conocer y el saber.

Los medios transforman las conciencias y hacen que, biológica y necesariamente, las aptitudes cognitivas vayan mutando hasta promover transformaciones.

El cerebro de una persona modelo siglo XXI será muy diferente a la de cien años atrás, simplemente porque el medio exigirá adaptaciones que, si no se llevan a cabo, automáticamente provocarán la inclusión. Desde un punto de vista darwiniano, entonces, el hombre es un animal que automáticamente logrará generarse mecanismos para luchar por su supervivencia.

¿Será posible revertir esta tendencia? La respuesta, hoy, parece difícil. Una sociedad que llega hasta determinado nivel de desarrollo no logra retroceder en ese aspecto. La tecnología se ha caracterizado por su carácter de no involucionar. Sí lo han hecho ciertos valores que otrora fueron considerados relevantes y hoy son puestos en duda o caídos en desuso. En los medios de comunicación, profetizar su autodestrucción suena a una utopía tanto o más que el hecho de provocarse una oferta que sature a la demanda y, por ende, colapsen a sí mismos. Pero ello estará lejos de suceder, sobre todo cuando la cultura naturaliza rápidamente su uso.

Queda la esperanza, eso sí, de la intervención educativa como mecanismo despertador de conciencias. En cualquier época, el saber puede difundirse y está a cabo. Es un condición que, aunque sea más dificultosa de establecerse en esta época, todavía no muere si se las rescata de ciertos peligros a los que está sometidos.

El saber es para la vida. La tiene el hombre que se critica a sí mismo, que se interpela y pone en duda lo que ve, lo que escucha, lo que le dicen los medios de comunicación. Es la duda metódica cartesiana, no la del escéptico. En tanto haya una estimulación de la duda, siempre habrá esperanza. Porque la esperanza no muere en el río de Heráclito que nunca deja de fluir y sí se estanca y desaparece cuando no se interpela ni pone en duda el poder de lo consagrado como real.

El se humano necesita pensar y reflexionar, tener convicciones y no dogmas. Ejercitar la natural condición con la que cuenta, comprometerse con su tiempo, preguntarse si lo que recibe o de lo que es testigo adquiere rasgos de emancipación. Lejos de caerse en un relativismo, las ideas postuladas tienen la misión de promover un saber reflexivo que se atreva a poner en jaque un poder que sólo se ejerce desde el adoctrinamiento y la fuerza de su imposición.

Que el hombre moderno se vea amenazado y acorralado por el monstruo que ha creado, por las tecnologías que debieron haberlo ayudado a su desarrollo como especie, marca no solamente la derrota de la razón sino también la del sentido común.

El hombre es inteligente por más que en muchos momentos de la historia no haya ejercido esa condición. Tiene aptitudes para lo bueno y para lo malo, si la cuestión es caer en un simple facilismo. Lo que no puede permitirse es la autodestrucción. Porque si así fuera, como parece que está siendo, además de inteligente será también necio; y mucho más inepto será si no hace nada por cambiar.

Las cartas están en la mesa de la historia. Si la noticia no existe, si sólo lo que es digno de divulgación es el acontecimiento, entonces que los medios de comunicación se ocupen de informar que algo está pasando para que todos podamos conocerlo y nos preocupemos en saber qué podemos hacer para, entonces sí, volver a ser dignos de convertirnos en el acontecimiento relevante, común a todos, que se erija como la principal noticia que nunca debimos mantener oculta como sociedad.

Fotos: DG Flores Gretel (Fotomontaje)


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