Convicciones

Cierta vez, una profesora universitaria en un tramo decisivo de la carrera puso en duda los conceptos de respeto y tolerancia.

Palabras más, palabras menos, afirmó que nadie tiene por qué tolerar lo inadmisible, como si estuviera aguantando de manera pasiva algo que le molestara.

Asimismo, cuestionó los alcances que implica la práctica misma de respetar.

¿Nadie se puso a pensar que tolerar puede estimular mayor violencia? ¿Y que ningún respeto puede llevarse a cabo si no se empieza por uno mismo? ¿Por qué tolerar y respetar, en el discurso escolar, llevan consigo una fuerza que se emparenta más con la imposición antes que con el convencimiento?

Parte de las generaciones mayores aún tiene muy intacto un modelo hegemónico de sociedad vinculado a la nostalgia de que todo tiempo pasado fue mejor, extrañando una realidad que ya no existe y quizás nunca ocurrió por fuera de sus mentes.

En muchos casos, sucede que tales grupos se vuelven conservadores; contra el cambio, la disrupción y la diversidad. Incluso, estigmatizan a los jóvenes como una etapa de profunda perdición. Asimismo, se quejan: si no hacen, ejecen la vagancia; si se comprometen, están adoctrinados.

Lo preocupante es despertar en los adolescentes de la actualidad valores obturadores de la rebeldía.

Puede ser que un pibe preguntón resulte algo molesto, o que si agita algún desmán se vuelve una presencia un tanto incómoda.

Pero, a fin de cuentas, aquello apela a un burdo reduccionismo.

Es preferible una juventud inquieta, curiosa, entusiasta, antes que otra demasiado obediente por esas denominadas buenas costumbres convocantes del silencio y la indiferencia.

Entonces, se celebra que las escuelas enseñen el pasado, inviten a que los jóvenes se involucren, participen, busquen transformar sus propias circunstancias.

Sería muy triste que aprendan a tener miedo o que ya nada más vale la pena.

Y con todo esto: ¿debe rendirse respeto, tolerancia y hasta pleitesía, a esa ciudadanía negacionista que exige una democracia idealizada, sin entender que la política, por definición, es un ámbito de conflictos y disputas?

Aquella profesora universitaria nunca dudaría en responder que no.

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