El cuadro de los hijos

«… Hijos del fútbol es el relato de una pasión desbordada, la de un padre hincha que teme estar contagiando a sus hijos el virus incurable que le transmitió su abuelo, y una reflexión sobre la globalización del fútbol, sus valores y sus sombras. Escritas a modo de diario, sus páginas relatan la vibrante y emotiva historia de un individuo asaltado por dudas existenciales cuando descubre que el mundo de su hijo mayor está cada vez más condicionado por un balón y unos colores. El lector, mientras tanto, recuerda sus sueños infantiles de goles imposibles, los partidos del patio del colegio se alternan con las visiones del estadio ya de adulto y los nombres de futbolistas se mezclan con los de escritores que han contribuido a alimentar la pasión…»

Parte de la sinopsis argumentativa del mencionado libro de Galder Reguera (escritor, filósofo y futbolero, nacido en 1975, oriundo de Bilbao y ultra del Athletic) se encuentra disponible en el sitio Planeta de Libros, que en la presentación de la obra del autor propone abordar los ejes principales de una narración capaz de involucrarse de lleno con asuntos tan sensibles como la relación compartida entre padres e hijos respecto de una pasión que no suele admitir discusiones.

Precisamente, el texto explora y cuestiona de algún modo el exagerado fervor que despierta el fútbol en las actuales sociedades, que en el engranaje del sistema capitalista se vuelve uno de los pilares para sostener discursos hegemónicos como las ideologías del éxito y el fracaso, así como también los sentidos de identidad y pertenencia.

Desde hace décadas que el fútbol se alejó del espíritu puro y lúdico del juego para devenir un dispositivo del neoliberalismo, con camisetas que se venden a precios inalcanzables para la economía de las multitudes y tribunas alienadas que sólo exigen ganar, mientras se jactan de ser fieles a los propios colores antes que a sus afectos.

La maquinaria se completa con el poder de los medios tradicionales, que impactan de manera superlativa en la sociedad, instalan mensajes de odio que se replican exponencialmente y fomentan la segregación de las hinchadas.

En este contexto, la industria ha convertido al fútbol en un fenómeno omnipresente, con miradas totalizadoras dispuestas a disputar posiciones en la vida cotidiana, al punto de despersonalizar a los aficionados, que asumen posturas extremistas a través de una vara moral exigente para terceros pero no para ellos mismos.

Y entonces, surgen los interrogantes:

¿Qué debe hacer un padre fanático con su propio hijo? ¿Es justo que le imponga ser del mismo equipo? ¿O debe fomentar que el niño elija por su cuenta? ¿Tiene sentido que, por más genuinas intenciones haya, un adulto intervenga para ganar la voluntad de los menores y lograr que sean seguidores de cuadros considerados grandes y no de aquellos con pocos recursos? ¿Y cuál sería la más honesta decisión si un niño nace en un lugar que cuenta con clubes del barrio o la ciudad pero que no coinciden con la sensibilidad del padre o de la madre? ¿Es conservador simpatizar por quienes ganan siempre? ¿Hay algo de rebeldía, irreverencia y revolución en adherir a equipos chicos que no tienen la victoria asegurada? ¿Cuánto influyen en la mirada de la vida las elecciones futboleras?

En cualquiera de los casos, daría la sensación de que el deporte más popular del planeta se expande en las comunidades con una fuerza que lamentablemente no tienen otros juegos, o incluso actividades culturales como el teatro, la música o el dibujo. Pero ello no va en contra del fútbol sino que pone el acento en otras facetas que también podrían despertar vocaciones en los jóvenes y alejarlos de flagelos como las drogas o la violencia.

Centrar la mirada solamente en la pelota como si fuera lo más importante puede tener algo muy lindo pero quizás lleve consigo el riesgo de portar un velo que oculta otras realidades.

Sin embargo, para la población futbolera del promedio, la razón no es una fortaleza; y apelar a la pasión sí podría serlo en tanto las posturas moderadas creen y consoliden lazos en vez de debilitarlos o destruirlos por completo.

Aun así, el libro es un homenaje a los lazos familiares que unen generaciones y a aquellos otros que tienden puentes hacia la amistad. Asimismo, reivindica a los recuerdos de la infancia como una etapa inolvidable en la que se cimientan la empatía y la emotividad.

En estos últimos sentidos, el fútbol sí vale la pena.

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