Tanto la parodia como la sátira inspiran carcajadas, pero mientras aquélla consiste en la imitación burlesca de la realidad, ésta se ocupa de construir discursos estigmatizantes llamados a censurar o ridiculizar.
Tales caracterizaciones, explicadas por la pericia de la Real Academia Española, ponen en debate al género del denominado humor negro, ácido o picante.
En relación a lo anterior, podría ser interesante apelar a dos ciclos televisivos que todavía causan sensación en el público de la clase media argentina: Peter Capussoto y sus videos (2006-2016) y Los Simpson (1989, vigente).
El humor de Diego Capusotto, autodenominado Peter en ese rol de personaje que da vida a otras interpretaciones, también visibiliza el imaginario social de distintos sectores de la argentinidad: Miki Vainilla es la representación del ciudadano comúnmente conocido como «facho» (defensor de la mano dura, con un sector de rechazo hacia los sectores populares y dueño de un mensaje que anula la diversidad mientras supone la prevalencia de una clase social superior); Bombita Rodríguez, la encarnación del militante revolucionario, que en nombre de la libertad causa desmanes para imponer su ideología; Pomelo, el rockero de ego con delirios de grandeza, entregado al mundo del consumo y siempre encontrando un oponente ante el cual repudiar con malos modos como reafirmación de identidad; y Violencia Rivas (inspirada en la cantante Violeta Rivas), una mujer entrada en edad que siente nostalgia por su juventud maravillosa, revoltosa y reaccionaria, que actualmente destila todo su resentimiento ante personas de su entorno que son funcionales a los intereses del capitalismo y los grupos hegemónicos.
La obra de Capusotto surge en el contexto de una política que retomó ciertos principios del peronismo y los replicó como discurso hegemónico, legitimando así una mirada opulenta hacia sí misma y de rechazo a otras perspectivas.
Por otra parte, la serie animada de origen norteamericano creada por Matt Groening nació inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín y acompañó el proceso de globalización de la cultura, que creció exponencialmente en las últimas tres décadas, rompiendo fronteras entre lo internacional y lo local, aunque abriendo otras grietas que se fueron agudizando con los años.
Sus personajes responden a un estereotipo en el que se ponen en juego acciones de dudosa ética: un obrero alienado que evita trabajar pero jamás abandona el vicio de embriagarse (Homero), un empresario capitalista que explota a sus empleados y daña al ambiente con su planta nuclear (Burns), un policía ineficiente que accede a maniobras de corrupción (Gorgory), un director de escuela de estilo conductista y sin vocación (Skinner), un payaso que vive de la infancia pero que en el fondo apela a destratos y maldades (Krusty) y un vecino ingenuamente religioso que parece habitar un mundo paralelo mostrando el lado bondadoso de una Iglesia que castiga (Flanders), son algunos de los principales protagonistas del envío.
Una de las razones que explican la perdurabilidad del ciclo es haberse adecuado a los nuevos tiempos y dotar los argumentos de contenidos más relacionados con el mundo adulto antes que en vinculación con los pequeños. En ese sentido, la matriz ideológica refleja conductas que indignan a la sociedad norteamericana al revelar sus miserias, pero a su vez expresa algo que esa misma comunidad asume jactanciosamente: la reivindicación del uso de las armas en la población civil.
Desde hace años, Los Simpson es un programa de TV que ya no involucra a todas las edades y que se aleja del concepto de una sitcom familiar. Sus componentes violentos y discriminatorios, sin filtros ni moderaciones, causan la risa de sus fieles seguidores.
Ambos envíos plantean el debate acerca de qué es lo que causa gracia en los espectadores: ¿la parodia o la sátira?
El interrogante no es menor, porque si el humor se origina en la parodia, entonces, el propio espectador se percibe como parte de ese colectivo al que cuestiona con su empatía. En cambio, si los saltos de comedia se soslayan en la sátira, es el propio televidente quien toma la distancia entre sí mismo y los significantes de personajes ante los cuales no se identifica.
En otras palabras: reírse en la parodia es ser cómplice de una situación; hacer lo propio en la sátira es asumir el rol de juez que condena a la otredad.
Lo que queda por decir, al menos por ahora, es que si los discursos se construyen desde la derecha política, tienen la particularidad de ser más directos, sin tantas especulaciones, con las visibles intenciones de mantener un orden que favorezca a los grupos más privilegiados. En cambio, el campo ideológico de la izquierda se camufla en ideas rebuscadas, con mensajes encubiertos que buscan romper con el status quo.
Ante lo expresado, la clave que sigue es preguntarse qué sucede en esa dialéctica del Amo y el Esclavo, cuando quienes no están en el poder llegan a posiciones dominantes y aquellos que ocuparon los más altos mandos luego están condenados a ocupar el rol de resistencia. ¿Es la historia, aún desde los mensajes del humor, una rueda de luchas y posiciones?