El último domingo 12 de marzo se celebró la 95ta Edición de los Premios Óscar en la ciudad de Los Ángeles.
Como todos los años, la fuerte industria cinematográfica posa todas sus miradas en un evento de repercusión internacional, que no sólo destaca a protagonistas consagrados de la pantalla grande sino que también presenta a nuevos talentos, además de dar prestigio a películas, realizadores, guionistas, profesionales de la actuación y demás miembros de un universo glamoroso en sí mismo, destinado al arte, la cultura y el entretenimiento.
Asimismo, este acontecimiento tiene implicancias políticas, porque en cada galardón subyacen posicionamientos ideológicos que ponen de relieve la impronta de producciones dueñas de mensajes, historias y realidades llamadas a visibilizar las inquietudes humanas en cada momento de la historia.
Una de las categorías más esperadas es la de Mejor Película Extranjera. Tal expectativa implica para La Academia correrse de su endógena mirada hollywoodense, prestando así atención a films que resaltan por su imagen, contenido y narración. También, permite a las grandes empresas del cine conocer cuáles son los consumos de la industria cultural en otros lugares del planeta, tanto de países centrales como periféricos.
Después de dos consagraciones como La Historia Oficial (1985) y El Secreto de sus ojos (2009), el país volvía a competir teniendo sólidas chances de premiación con Argentina, 1985 (2022).
Había gran expectativa por las repercusiones que la película -dirigida por Santiago Mitre y protagonizada por Ricardo Darín junto a Pete Lanzani- tuvo en diversos festivales (Venecia, San Sebastián, Goya, Globo de Oro, entre otros).
De alguna manera, se volvía a confirmar que las grandes películas argentinas tienen un denominador común: el pasado reciente, los conflictos con los relatos hegemónicos de la historia, la complejidad en los ejercicios de la memoria ante la multiplicidad de voces, la justicia como uno de los principios rectores de los derechos humanos y una sociedad atravesada por el trauma y el dolor.
El crédito local compitió con el eje puesto en su argumento, recuperando del olvido un episodio clave del pasado, y grandes actuaciones que, por momentos, tuvieron un tinte épico de documental.
Aun así, no pudo vencer a una mega producción como Sin novedad en el frente, un drama antibélico alemán dirigido por Edward Berger que venía conquistando diversidad de galardones con motivo de poner de manifiesto una temática muy presente en tiempos de la conmoción general por la guerra entre Rusia y Ucrania. Además, la película se basa en el reconocido libro de Erich Maria Remarque -publicado en 1929- que cuenta las atroces vivencias de soldados alemanes enviados al campo de batalla en el perverso nombre de la patria. Tiene la virtud de convertirse en alegato en favor de una humanidad que queda sometida al sufrimiento y el espanto de los más álgidos horrores.
¿Qué hubiera significado para Argentina obtener el Óscar por tercera vez?
En principio, un impulso que se traduciría en mejores ofertas, surgimiento de nuevas figuras y la adhesión de un público que volvería a colmar las salas, con todo el rédito económico que ello implicaría para el crecimiento de la industria nacional.
Pero también, un galardón de esta envergadura legitimaría parte de una historia que quedó alojada en el pasado sin visitarse nuevamente.
El Juicio a las Juntas Militares fue uno de los grandes hitos de la democracia que este año cumplirá 40 años ininterrumpidos.
Sin embargo, las páginas de ese suceso quedaron por largo tiempo solapadas, ocultas, casi silenciadas.
La película de Mitre recreó aquel momento y puso otra pieza indispensable a ese rompecabezas imposible de reconstruir completamente.
El verdadero logro de Argentina, 1985 no puede quedar reducido a una mera estatuilla.
Debe aspirar a mucho más; por ejemplo, asumir que el cine tiene esa potencialidad de contar lo que la sociedad ignora o niega y, en ese intento, llegar a multitudes.
Foto: INCAA
