En 1962, el escritor inglés Anthony Burgess (1917-1993) escribió su obra cumbre: una novela titulada con el nombre de A Clockwork Orange, expresión inspirada en un dicho popular que escuchó en un barrio de Londres («As queer as a clockwork orange»: «tan raro como una naranja mecánica»).
Poco menos de una década después, llegó al cine a partir de una producción angloestadounidense, convertida en clásico con el correr de las décadas, al punto tal de ser una de las películas que, según los entendidos en el rubro, debe mirarse «antes de morir».
El film tuvo un gran suceso por la crítica especializada y rompió con los cánones de la época. De extrema violencia, está habituada en el contexto de la revolución cultural de la década de 1960, y cuenta la historia de un protagonista que es sometido a tratamientos invasivos para controlar su ira e incontinencia. En pleno auge del psicoanálisis, el concepto de ambas piezas (libro y película) plantea una crítica feroz al conductismo, una de las tendencias hegemónicas de la época, llamada a la domesticación de los cuerpos.
Para el verano europeo de 1974, hubo otra revolución, ya no cultural sino deportiva. La Holanda de Rinus Michel como entrenador y Johan Cruyff como emblema dentro del campo, arrasó con todos los rivales en el Mundial disputado en Alemania. La excelsa manifestación de fútbol total consistía en jugadores dinámicos que no tenían posiciones fijas, actuaban en equipo, siendo la expresión plural de una forma libre de sentir la vida. Aquel equipo pudo con todos menos con la selección local: en el partido final, la Alemania de Franz Beckenbauer, opuso disciplina y organización para vencer 2-1. La Naranja Mecánica, desde entonces, se convirtió en una marca de época, acaso el subcampeón más recordado de la historia.
¿Quién ha sido la figura más influyente del fútbol mundial? Algunos dicen que el propio Cruyff, porque participó en dos revoluciones: una como jugador y otra como DT. Como deportista, en la Holanda mencionada y en el Ajax de Ámsterdam. Como entrenador, en el Barcelona de España, desde fines de la década de 1980 hasta mediados de la siguiente.
En España se habla de la herencia del cruyffismo, por su determinante aporte como leyenda del club catalán que cambió la idiosincrasia del club. Sentó las bases para construir un imperio, cuyo legado continuó con la filosofía de Pep Guardiola (dirigido por él, devenido tras su retiro como futbolista en un estratega encumbrado como los más prestigiosos del mundo desde hace quince años) y prevaleció a través de un tridente que enorgulleció el fruto de La Masía, cantera del Barcelona: Xavi Hernández, Andrés Iniesta y Lionel Messi, hijos pródigos de aquella escuela.
Esa forma de entender la vida con raíces holandeses en algún punto guarda relación con su propia sociedad, ícono de la liberación sexual, el consumo de marihuana sin tantas restricciones y una mirada global que se opone al tráfico automotor con sus famosas bicisendas.
Dicho lo anterior, parece un contrasentido asociar esta expresión de júbilo descontracturado con la Naranja Mécanica, ícono del conductismo. En todo caso, más pertinente sería trazar un parangón con Louis Van Gaal, un entrenador holandés nacido en 1971, contemporáneo como futbolista al Ajax y la Selección de Michel, y paradigma opuesto a la ideología de Cruyff, con quien mantuvo sus disputas.
Van Gaal diseñó a un Ajax ganador de mediados de la década de 1990, campeón de su país y Europa. Fue paradigma de entrenadores como Marcelo Bielsa, más ocupados en la sistematización de los movimientos que en el talento de sus futbolistas.
También tuvo algunos pasos por el Barcelona (1997-2000 y 2002-2003), donde no se lo recuerda con cariño por su rigidez e intransigencia con jugadores llamados a tener un protagonismo estelar; ni tampoco es reivindicado por periodistas, que continuamente rescatan del archivo insólitas peleas en discusiones sin sentido.
Argentina y Van Gaal no se llevan para nada bien: Riquelme fue ninguneado cuando coincidieron en el Barcelona (la conversación fue algo así: «Cuando a mí me contratan, usted ya estaba aquí: con la pelota en los pies es el mejor del mundo; sin ella, el equipo juega con uno menos»). Román salió eyectado, sobreexigido para correr, sacrificarse, sufrir. La relación no terminó bien, como tampoco con Angel Di María, al coincidir en 2016 en Manchester United: el rosarino declaró hace unos días que fue el peor entrenador que tuvo; mientras tanto, Van Gaal se excusó diciendo que en aquel momento se encontró con un futbolista atravesado por problemas personales que afectaron a su rendimiento. La última perla de este juego de controversias y polémicas fue el menosprecio a Lionel Messi, recordando que en aquel encuentro entre su selección y la conducida por Alejandro Sabella por las semifinales del Mundial Brasil 2014, el 10 pasó desapercibido, algo que enfureció al capitán argentino.
Sin embargo, las últimas declaraciones de Van Gaal no parecieron ser chicana. Cuentan que a los 71 años de edad es otra persona, más humana y abierta, seguramente atravesado por dos dramas personales: el fallecimiento de su esposa y la superación de un cáncer. Su último función como seleccionador lo ha encontrado rodeado de jóvenes que lo quieren y respetan, siendo dueños de un juego quizás más fresco que en otros equipos que dirigió.
Ese cambio de Van Gaal va en paralelo de una nación que tiene a la argentina Máxima Zorreguieta como Reina: desde hace unos años ya no se llama más Holanda, sino que pasó a ser Países Bajos (Nederland se traduce como «tierras bajas», por aquella realidad geográfica cuyo factor humano ha podido ganarle al mar a través de un diseño de arquitectura urbana de alta complejidad; Holanda quedó en desuso por referir tan sólo a un sector de todo el territorio soberano). Lo que se mantiene es el color naranja, no solamente como prenda de la camiseta, sino como una tonalidad presente en varios lugares de la sociedad, en homenaje a las gestas independentistas de Guillermo de Orange en la guerra de los ochenta años (1568-1648), cuya bandera logró flamear al acabar con el dominio español de Carlos I y Felipe II.
Al margen de todo este relato, hubo un partido de fútbol. Argentina y Países Bajos se midieron el último viernes 9 de diciembre, por los Cuartos de Final del Mundial de Qatar 2022.
Fue un encuentro de alta tensión, cuyo cerrojo se abrió con una sensacional habilitación de Messi para el primer tanto de Argentina a manos del lateral-mediocampista Nahuel Molina, un jugador casi anónimo para la afición. La Pulga aumentó de penal y pareció sentenciar el encuentro, pero no estaba dicha la última palabra: en los veinte minutos finales, descontó y empató agónicamente el atacante Wout Weghorst, quien llevó la contienda al alargue y posteriormente los penales.
Del 3-5-2 propuesto inicialmente por Scaloni, se pasó al 4-3-3, con el ingreso de Di María por Lisandro Martínez (atacante por defensor, cuyo mensaje fue claro: respiro para salir del área propia y ambición para poblar la contraria). Argentina mereció más en los 120 minutos pero no pudo ser.
En los tiros fatales y dramáticos desde los doce pasos, volvió a brillar Dibu Martínez al desviar dos remates e inflar el pecho como ídolo posmoderno, en un puesto tan ingrato por la delgada línea que existe entre ser héroe o villano. El suspenso por la fallida ejecución de Enzo Fernández contrastó con el desahogo en el último disparo de la serie, a cargo de un Lautaro Martínez que no sólo perdió la titularidad en este Mundial sino que venía con el botín errático. Justicia poética y euforia de una multitud que vibra en Doha como si se estuviera jugando de local en Argentina.
Quejas, burlas, peleas, disturbios y acusaciones que continuaron post-partido, tiñeron de épica a un espectáculo que también tuvo condimentos difíciles de olvidar. ya tienen un lugar asegurado en la memoria popular.
Argentina pasó a semifinales; sin rigideces tácticas pero con un libre albedrío que, a pesar de no ser mecánico, tiene una marcha más en un corazón a prueba de cualquier marcapasos que se atreva a ilusionarse con obtener la tercera Copa en las vitrinas.