Seguir soñando, seguir creciendo

Australia, cuyo nombre deriva del adjetivo en latín australis, que podría traducirse como «tierra del sur», debe su denominación a los filósofos de la Antigüedad. Cuenta la historia que los romanos llamaban «auster» al viento que venía del sur. Por aquel tiempo, todavía muy lejos de los avances de la ciencia, habitar el mundo seguía siendo un misterio. Y para explicar el contrapeso de las tierras conocidas, los viejos pobladores llegaron a la conclusión de que debía existir necesariamente un continente lejano para equilibrar las fuerzas. Por eso mismo hablaban de una terra australis incognita (tierra desconocida del sur).

Se estima que habitantes de Asia llegaron al actual territorio de Australia hace 50 mil años. Los aborígenes del lugar vivieron sin intervención ajena hasta 1770, cuando exploradores británicos encabezados por el capitán James Cook descubrieron el lugar y lo reclamaron par la corona. Luego, de manera paulatina, prisioneros de Gran Bretaña fueron destinados a ese sitio, desplazando así a la población originaria.

Hacia mediados del siglo XIX fue el furor de la fiebre del oro. Y recién en 1901, las colonias australianas dependientes del imperio británico lograron su independencia. Sin embargo, a los fines de mantener buenas relaciones con el imperialismo inglés, su bandera tiene en el extremo superior izquierdo el símbolo del emblema de Gran Bretaña. Su insignia se completa con seis estrellas blancas sobre fondo blanco; cada una de ellas representa los seis estados del país. Aun así, los pueblos originarios no se encuentran representados, y el eje de los reclamos guarda algún tipo de similitud con lo que sucede en América Latina.

Actualmente, Australia es un país cosmopolita, que no solamente brinda oportunidades a su ciudadanía sino que también hace lo propio con el gran número de extranjeros que la visita anualmente. Su deporte nacional es el rugby y entre la fauna autóctona se destaca la presencia del canguro: habría un número de entre 40 y 60 millones de ejemplares, duplicando a la cantidad de habitantes, que a 2021 se contabilizaban en casi 26 millones.

Muy de a poco, el fútbol empieza a tener mayor repercusión, pero no con la suficiente fuerza como en otras regiones del planeta. Si bien su primera participación mundialista se dio en 1974, recién asomó con mayor repercusión hace tres décadas: en 1993, una serie decisiva frente a la Argentina de Maradona para lograr el último boleto al Mundial de Estados Unidos 1994, los puso frente a frente. Aquella vez fue derrota y eliminación, pero desde Alemania 2006 dice presente en cada cita máxima organizada por la FIFA.

Curiosamente, esa seguidilla de cinco Mundiales consecutivos diciendo presente coincide con la cantidad de participaciones de Lionel Messi en esta competencia, el argentino con más torneos disputados hasta el momento.

El sábado 3 de diciembre, en el estadio Ahmad Bin Ali Stadium de Qatar, Argentina (1° del Grupo C, a pesar del cimbronazo de una derrota en el debut) y Australia (2° del Grupo D, en una sorpresiva clasificación que lo encontró detrás del puntero Francia) se enfrentaron por los Octavos de Final, en un partido de eliminación directa.

En el túnel, antes de salir a la cancha, se viralizó la imagen de una niña que llamó la atención de Messi en su partido número 1000 como profesional; cara a cara, la pequeña le deseó buena suerte con sus dos pulgares levantados, encontrando como respuesta la tierna complicidad del rosarino, confirmando así su popularidad exponencial.

El partido fue parejo hasta que pasada la media hora, el 10 argentino abrió el cerrojo australiano con un gol parecido a tantos que ha hecho en carrera. Luego, Julián Álvarez estuvo atento al error del portero rival y aumentó la ventaja.

Un error no forzado causó el descuento 1-2, con un tanto en contra de Enzo Fernández, uno de las figuras de los dirigidos por Scaloni.

La última media hora ofreció un show de Messi en modo MVP (Most Valuable Player, Jugador Más Valioso), acaso ofreciendo su mejor versión en todos los Mundiales que jugó. El diseño táctico lo favoreció: del 4-3-3 con Papu Gómez como extremo ante la lesión de Angel Di María, el entrenador ordenó el ingreso de Lisando Martínez a los pocos minutos del segundo tiempo, es decir un defensa central que modificó la estructura del equipo. A partir de entonces, Argentina paró 3 centrales, 5 mediocampistas (subieron una línea los laterales Nahuel Molina y Marcos Acuña, quedando en el centro del campo tres futbolistas de buen despliegue y circulación: Rodrigo de Paul, Enzo Fernández, Alexis Mac Allister) y 2 atacantes (Lionel Messi por el medio y Julián Álvarez más de punta, moviéndose permanentemente por todo el frente de ataque, algo que no le dio referencias a la defensa rival). En definitiva, ese 3-5-2 es un homenaje al Doctor Bilardo, autoproclamado creador de ese sistema con el que le dio la última gran alegría al país en los Mundiales.

Argentina tuvo todo para aumentar la ventaja pero no pudo.

En una parada milagrosa, Dibu Martínez tapo un mano a mano haciendo la de Dios, una forma de detener el balón patentada por el Loco Hugo Gatti, maestro del arco en Argentina, que consiste en arrodillarse y extender ambos brazos hacia los extremos, como cuando Cristo falleció en la cruz.

La imagen de ese último minuto que pudo ser fatal tuvo una connotación milagrosa. El portero abrazándose a la pelota y arriba suyo dos de sus compañeros cubriéndolo en señal de gratitud, con esa pasión que va más allá del sentido profesional de jugar al fútbol.

Siempre se puede seguir creciendo, siempre se puede seguir soñando.

Argentina dio un paso vital y ahora lo espera Países Bajos de un DT calificado como Louis Van Gaal en Cuartos de Final.

La niña que saludó a Messi en el comienzo recordará el guiño de complicidad para toda su vida.

El delirio de la gente hace que la Selección Nacional se sienta local en tierras tan lejanas.

Cerca de Australia, en Bangladesh, sur de Asia, también disfrutó un país que se tiñe de celeste y blanco para rebelarse ante ese colonialismo británico capaz de someter su libertad y autonomía. La magia de Maradona en México 1986, especialmente frente a Inglaterra, todavía guarda una onda expansiva que se traduce en identidad y pertenencia ante los imperialismos.

Mientras tanto, a miles y miles de kilómetros de los desiertos, el pueblo argentino sale a las calles y salta como los canguros, riendo y llorando de felicidad porque esta vez quizás se dé la más grande alegría que se está esperando.

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