¿Qué lleva a una persona a salir de sí misma para mejorar la vida de otras?
¿Por qué alguien se involucraría cediendo parte de su tiempo, acaso uno de los recursos no renovables más prpreciados que tiene cada habitante del planeta?
¿En dónde anidan esos deseos de hacer algo digno por los demás sin recibir un beneficio a cambio, en una gesta contracultural que se opone a concebir la vida en términos de intercambios entre mercancías?
La solidaridad es una forma de ser que nace en la propia condición humana. No hay respuestas obvias, tampoco únicas ni absolutas.
Es una predisposición que tiene un fuerte anclaje a algún episodio vinculado a los orígenes, ya sea de dicha o de carencia; y esa reminiscencia deviene una compañía silenciosa que anuncia identidad y pertenencia. Hay gente que le ha dado sentido a su existencia creando lazos con pares y hallando en esos encuentros latidos según los cuales nada nunca volvió a ser lo mismo.
Lo que debe quedar de relieve es la importancia de voluntarios que logran llegar a esos sectores vulnerables en donde el Estado dice ausente.
La sociedad argentina, tan crítica de sí misma y alojada en la queja de sus propias miserias, también tiene otra cara, una en la que brillan los gestos revolucionarios de romper con la fragmentación y rescatar a quienes más lo necesitan.
Una conciencia solidaria se crea cada día y en cualquier lugar, desde los hechos antes que de las palabras.
El último domingo 6 de noviembre, la Plaza Moreno de La Plata fue sede de la Expo Feria de Voluntariado, en que un centenar de organizaciones locales se hicieron presentes a través de stands para compartir sus propuestas y sumar adeptos con ganas de habitar una sociedad mejor.
Entre esos grupos estaba la Fundación Sí, la ONG creada por Manuel Lozano y allegados, que en este 2022 cumplió su primera década de vida, expandiéndose en cada rincón del país para dar impulso a iniciativas que ayudan a personas que lo necesitan. Entre sus propuestas, se destacan las colectas para juntar alimentos, las visitas comunitarias a los barrios para brindar apoyo escolar y difusión cultural, las recorridas nocturnas para ayudar a ciudadanos en situación de calle, y las residencias universitarias que dan la posibilidad de estudiar a jóvenes de escasos recursos que desean asistir a la Facultad.
Si todo voluntariado tiene en claro que no debe hacer asistencialismo sino animar a la emancipación de aquellos grupos humildes que quedan postergados, entonces puede haber un futuro posible.
La clave pasa por inspirar una transformación que al mismo tiempo genere efectos multiplicadores: si quienes viven realidades complicadas logran revertir su situación y empiezan a formar parte de la soluciones antes que los problemas, entonces gran parte del camino estará allanado para soñar con la chance de que una vida digna sea un derecho y no un privilegio.