La resurrección de Lula

Los ojos de América Latina estaban puestos en Brasil, gigante de la región con 214 millones de habitantes.

Como nunca antes en su historia, sobre todo desde la reapertura democrática de finales de la década de 1980, hubo una elección presidencial tan disputada.

A tono con la geopolítica global que muestra un notorio avance de las ideologías neoliberales, el país más grande de Sudamérica no estuvo exento de esa tensión.

Dos modelos en pugna midieron sus fuerzas punto a punto, en una contienda que ejerció su paridad hasta el último momento.

El pasado 4 de octubre, el candidato socialista Luiz Inázio Lula Da Silva se impuso con el 48,43 % de los votos frente a su par de derecha Jair Bolsonaro, vigente mandatario que alcanzó el 43,20 % de adhesión.

Casi un mes después, el balotaje dio como vencedor al histórico obrero metalúrgico, en una reñida ventaja de poco más de un punto (50,9 % frente a 49,1 % de su oponente, lo cual, interpretado en escala, es una diferencia de millones de habitantes).

En términos estadísticos, podría decirse que Bolsonaro creció casi siete puntos y Lula hizo lo propio con apenas dos unidades; pero desde otras lecturas posibles, la izquierda retoma su lugar con poco más de la mitad del electorado a favor.

No quedan dudas de que Lula es la figura política de mayor influencia en su país durante las últimas tres décadas y media. Gran parte de su vida la ha dedicado a postularse como Presidente de la Nación: luego de las derrotas en 1989, 1994 y 1998, logró su objetivo en 2002 y 2006, gobernando ininterrumpidamente entre el 1 de enero de 2003 y el mismo día de 2011, cediendo el bastón de mando con una imagen positiva del 90 %.

Durante sus dos mandatos llegó a posicionar a Brasil como la sexta economía del planeta, disminuyó el desempleo, activó la industria, garantizó comidas diarias y amplió la oferta educativa a sectores relegados.

Su retiro lo encontró batallando contra el poder contrahegemónico, en cuya ofensiva derribó a su sucesora del Partido de los Trabajadores Dilma Roussef y encumbró a Michel Temer, un período signado por una restauración conservadora que llevó al ultra derechista Haití Bolsonaro a la Presidencia de apenas una sola gestión de cuatro años que culminará en el Año Nuevo de 2023.

Durante este período, Lula fue salvajemente perseguido, acusado de corrupción en la causa conocida como Lava Jato, que investigó supuestos negociados con petroleras y empresas constructoras, lo cual le valió estar a prisión entre abril de 2018 y noviembre de 2019, pudiendo salir en libertad por errores en los procedimientos judiciales que lo habían condenado a doce años de encierro, algo que inicialmente allanó el camino para que Bolsonaro llegara al poder.

El triunfo de Lula, quien recuperó sus derechos políticos en 2021, se explica por la nostalgia de su legado, una reconocida trayectoria en favor de los grupos vulnerables y la conciencia de clase que gran parte de la población sostuvo aún en los momentos más complejos del gobierno saliente, cuya pésima política contra el Covid-19 marcó el rumbo de su economía, además de preceptos ideológicos excluyentes que estaban a favor de la militarización y en contra de la diversidad sexual.

A los 77 años de edad, Lula pone freno al avance neoliberal de la Región. Su victoria fortalecerá especialmente a Chile y México, y será clave para que en Argentina tenga chances de permanecer las lejanas huellas del peronismo.

El hombre que nació del barro y alcanzó la cima, vuelve a resurgir después de una gran humillación que atravesó.

De niño fue abandonado por sus padres.

En la adolescencia se ganó la vida siendo lustrabotas.

La juventud lo encontró como líder gremial de una legendaria huelga frente a las autoridades militares que gobernaron entre 1964 y 1985.

Perdió el dedo meñique en un accidente con una maquinaria mientras se encontraba trabajando en una fábrica.

A falta de un título universitario, en su veteranía obtuvo una distinción acaso más significativa: ser el máximo dirigente de su tierra.

Ahora, en la vejez, va por su última travesía en la política.

Curtido en la adversidad, Lula no le teme a nada, ni siquiera a su propia sombra.

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