Los íconos suelen estar asociados a un momento glorioso. Y en esa estampa inmaculada, fija, auténticamente eterna, se convierten en deidades profanas que hacen un pacto con la juventud.
Guillermo Vilas, nacido en Buenos Aires un 17 de agosto de 1952, fecha patria que coincide con la efeméride del paso a la inmortalidad del General José de San Martín, es marplatense por elección.
Con motivo de un nuevo aniversario, esta semana fue de emotivos recordatorios por parte del tenis y la cultura popular.
Guillermo Vilas, quien durante los últimos años aparece reivindicado como nunca antes desde su retiro del deporte profesional, atraviesa en simultáneo una enfermedad neurodegenerativa.
En él habitan un conjunto de paradojas que, lejos de contradecirlo, son su propia explicación: hijo de una familia con recursos económicos y educado en la rigurosidad propia de aquellos tiempos, rompió con el mandato y decidió apostar a la raqueta.
Su momento de mayor esplendor coincidió con el período más oscuro de la historia del país. En tiempos de botas, represión y corte de cabello al ras para evitar demoras, lució un estilo descontracturado y libre, con melena y vincha para recorrer el mundo.
Brilló en la soledad del éxito causando un furor masivo. Logró que, de pronto, una actividad de élite pasara a despertar el interés colectivo de niños y adolescentes que corrían a los clubes de barrio para ser como él.
Hizo su carrera en base a más esfuerzo que talento, pero patentó una jugada lujo: cuando la pelota amarilla lo superaba con un globo ensayado por el rival de turno, halló la solución a partir de la «Gran Willy», que consistía en sacar un remate desde el fondo de la cancha y de espaldas a la red, impactando con la raqueta por debajo de las piernas.
Guillermo fue el mejor de todos pero los caprichos del ranking nunca le reconocieron ser N° 1 en 1977. Tras el récord de 16 títulos en ese calendario, la ATP modificó sus criterios de jerarquización.
Siempre juvenil, supo conquistar a mujeres codiciadas. Por momentos distante, la vida lo volvió más sensible, dando clínicas en cualquier parte del planeta.
A los 70 años de edad, Vilas es cada día más grande.