El naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) afirmaba que no era el más fuerte ni inteligente aquel individuo capaz de sobrevivir, sino el que mejor podía adaptarse al medio.
Detrás de esa conclusión había todo un desarrollo teórico surgido a partir de profundas investigaciones que dieron lugar a uno de los hitos más destacados de la historia de la ciencia.
Sus influencias fueron tan notorias que se expandieron hacia las ciencias sociales, algo ante lo cual el propio Darwin prefería mantener cautela.
Aún así, no pudo impedir que sus aportes fueran considerados para explicar o justificar la superioridad de la raza (principio clave para la ideología nazi) y que sirviera de ejemplo a los sociólogos marxistas para reducir la lucha de clases a la mera supervivencia.
Desde hace algunos años, en Argentina parecería haber una particular mirada respecto del denominado darwinismo social, al menos desde tres ámbitos distintos: la economía, la educación, y la justicia.
En relación al primero, subyace una polémica sobre la desigual distribución de la riqueza, algo que por ejemplo pone en el centro del debate a la política de los planes sociales como estrategia para equiparar los ingresos desproporcionados. ¿Es clientelismo? ¿Debe regularse de otra manera? ¿Se trata de un modelo agotado, sin posibilidades de encontrarle alternativas?
Del segundo, cabe decir que los sistemas escolares oficiales afrontan una tensión que no disipan: la garantía de un sistema obligatorio se cumple pero sin ir acompañados de iniciativas de calidad. Los estudiantes ingresan, permanecen y egresados, pero la discusión se centra en cómo es ese paso. ¿La educación perdió su principal rol en la sociedad? ¿Las perspectivas que cuestionan la meritocracia lograron establecer iniciativas superadora? ¿De qué hablan concretamente quienes aseguran que se está «nivelando para abajo»?
Para el tercero, el foco está puesto en la violencia y la inseguridad. Una simple y reduccionista petición exige la mano dura como inmediata resolución a los conflictos. En este caso, las estigmatizaciones recaen sobre los sectores más postergados de la sociedad, que aparecen más vinculados al delito por su condición de clase. ¿Hay un estereotipo que condena a los grupos vulnerables por el sólo hecho de habitar la marginalidad? ¿Los miembros más privilegiados evitan las condenas por su poder adquisitivo o influencias? ¿La letra chica de la ley opera distinto para uno y otro estamento?
En virtud de lo anterior, puede que haya una tergiversación peligrosa de las ideas de Darwin. No obstante, si sus teorías invitan a profundizar los enfoques en vías de hallar posibles soluciones, entonces deberían ser bien recibidas.
El problema sería que tales planteos queden alojados en el mero intercambio de opiniones sin jamás llegar a convertirse en políticas públicas garantes de derechos para la ciudadanía.