Pañuelos para la historia

En el documental Pañuelos para la historia (Argentina / Turquía, 2016; Haddad, Valentini), Nora Cortiñas está en primer plano, hablando ante un auditorio que necesita valerse del relato de una historia que comenzó hace algunas décadas, con la Línea Fundadora de Madres recorriendo la Plaza de Mayo.

La cámara toma con especial detalle su rostro, envuelto en un pañuelo blanco que a esta altura es ícono mundial de la resistencia.

Quienes la convocan requieren su ayuda. Oriundas de Turquía, un grupo de mujeres se legitima como Madres de la Paz, transitando el mismo dolor de tener ausentes a sus hijos, también desaparecidos por la violencia y terrorismo de Estado que acontece en la región kurda del país mencionado.

Lo curioso del caso es que pone en parangón el pasado reciente de Argentina con la actualidad de otros lugares.

Si la ciencia surge para dar solución o alternativas a problemáticas latentes, la antropología es una de las disciplinas llamadas a estudiar los rasgos comunes de culturas tan distintas.

Un inicial ejercicio filosófico permitiría postular al menos tres preguntas centrales para comprender la dimensión de los acontecimientos:

  • ¿Es posible que las prácticas de la memoria trasciendan no solamente a la mera experiencia individual sino también al contexto colectivo en el que se expresan?
  • ¿Implica asumir posiciones esencialistas (y por tanto riesgosas) el hecho de buscar maneras de replicar experiencias vinculadas a la memoria en culturas tan disímiles?
  • ¿La memoria social está en condiciones de representar la universalidad de comunidades atravesadas por preocupaciones semejantes?

1. Los usos de la memoria en Halbwachs.

En su texto La memoria colectiva, el autor no está haciendo predilecta referencia a procesos cognitivos o psicológicos, sino a la experiencia que atraviesan los individuos en tanto miembros de un conjunto.

A tal efecto, son el entorno y el contexto las dimensiones en que opera la conciencia con mayor precisión para dar cuenta de un hecho. Una memoria individual puede incurrir en el error; incluso, evocar sucesos que nunca han ocurrido. Mientras tanto, una memoria colectiva podría encargarse de incorporar a más testigos, susceptibles de confirmar o refutar un acontecimiento.

En esa construcción epistemológica interviene la afectividad, porque no se trata solamente de un mundo compuesto de conceptos sino también de emociones compartidas en el seno de un mismo grupo social. De allí nace la vivencia común (y colectiva) que trasciende a la experiencia del individuo en solitario.

Las Madres de Plaza de Mayo comparten tiempo, lugar, dolor y búsqueda. Es eso lo que les da identidad. Son un mismo cuerpo, que en este caso se manifiesta a través de Nora Cortiñas, una de sus integrantes, dispuesta a replicar una estrategia que deja de ser recuerdo porque continuamente se vuelve actual (es decir, se recuerda el pasado, no el presente).

Sin embargo, en su encuentro con las Madres de la Paz de la causa kurda, debe valerse del discurso oral para explicar el origen y la evolución de un movimiento que trascendió a su propia época.

La presencia de un traductor impone una serie de interrogantes: ¿Hay exactitud en lo que se comunica? ¿Toda vivencia es reproducible sintáctica y semánticamente? ¿El lenguaje siempre tiene relación directa con los hechos?

En esa mediación, Cortiñas interpela continuamente a sus pares de Turquía, incluso a través de preguntas en las que intenta descubrir si la tragedia argentina, en su horror y repercusión, es equiparable a la del mundo kurdo.

Pareciera que, al recorrer las calles y los lugares donde la reciben, poniéndose en contacto con otras costumbres que se desarrollan en su vinculación con el espacio, la Madre de Plaza de Mayo anulara parcialmente el recuerdo de su experiencia personal para formar parte de un colectivo que le implica apropiarse de un recuerdo ajeno.

En ese intercambio, no sólo media la traducción de los intérpretes que la acompañan, sino también la presencia de una cámara que registra cada paso, cada mirada, cada momento; todo lo cual permite reconstruir la percepción de alguien atravesada por su propia biografía pero que a la vez destina sus esfuerzos para traducir a un otro la identidad inspiradora de la causa que defiende.

Si las palabras, eventualmente, pueden constituirse como obstáculos para vincular en los mensajes a dos idiomas distintos, esas diferencias tal vez logren salvarse a partir de la presencia física del espacio que da estabilidad a los símbolos: el pañuelo blanco en la cabeza es el rasgo que une a la Madre argentina con las Madres de la Paz. Al estar presente en ambas, surge una confianza y una complicidad que va acompañada de emociones: por ejemplo, los gestos de darse la mano, abrazarse, demostrarse mutuamente cariño.

A medida que Cortiñas interactúa con la comunidad va surgiendo una historia que se vale de acciones significativas; es decir, lo suficientemente fuertes para imprimirse en la memoria y generar recuerdos: el festejo de cumpleaños de ella, la visita a un lugar al aire libre donde hubo bombardeos y el plan para gestionar una petición a la ONU. En estos casos, las reuniones tienen el rasgo de la repetición; es decir, la estabilidad que confirma la existencia del espacio.

Lo anterior explica la necesidad de contar con Cortiñas en persona, puesto que no alcanza con comunicar un mensaje sino que es menester adecuarlo a un conjunto de significantes que, lógicamente, tienen su lugar determinado.

En el documental aparece la mezquita como reservorio religioso, un ámbito que le da ímpetu a un reclamo que se espera con la expectativa de un milagro. Por su parte, la memoria jurídica evoca en Cortiñas un conjunto de protocolos que las Madres argentinas conocen al detalle (en este sentido, conocimiento y recuerdo pueden ser sinónimos).

2. La memoria social en Connerton.

En la historia de las Madres de Plaza Mayo hay hitos que se inscriben en la génesis y expansión de su activismo: la pérdida, el dolor, la búsqueda.

A finales de la década de 1970, en plena dictadura argentina, llevaron a cabo el rito de identificarse con pañuelos blancos y dar rondas al espacio verde que hay delante de la Casa Rosada, sede del gobierno al que responsabilizaron por los secuestros y desapariciones de sus descendientes.

Visibilizar ese horror las consolidó como movimiento social, haciéndose conocidas a nivel mundial.

Aún retornando la democracia y logrando respuestas en materia de derechos humanos, sus prácticas se mantienen.

Además de seguir vistiéndose igual (con los pañuelos y colgando de su cuello pancartas con fotografías de sus hijos y nietos), siguen indicando como lugar de pertenencia la Plaza de Mayo por más que no se encuentren allí.

En el documental, Cortiñas acompaña su participación con expresiones que hacen al leit motiv de la Asociación: “No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos”. Palabra, acción e imagen se conjugan para dar mayor énfasis a la militancia. Por lo tanto, y en el sentido que explica el autor, el recuerdo se manifiesta en el cuerpo.

En Argentina, la historia como culto se manifiesta cada vez que hay marchas conmemorativas como las que sucede cada 24 de marzo, aniversario del comienzo de la última Dictadura Militar.

Podría hablarse de memoria social al entrar en comunicación dos culturas distintas que tienen puntos de encuentro semejanzas. Los ya mencionados: pérdida, dolor, búsqueda. Si esas motivaciones se encauzan en un pedido de reparación y justicia, adquieren dimensión política.

De algún modo, las Madres de la Paz replican el modelo de las Madres de Argentina: ocupan los lugares públicos, visibilizan una causa que no debe ser propia sino de toda la comunidad, se visten con pañuelos blancos y llevan las fotografías de sus desaparecidos.

3. Consideraciones finales.

Al principio de este ensayo se formularon tres preguntas: una, si era posible que los procesos de memoria pudieran trascender a la experiencia individual y colectiva en donde surgen; otra, si el hecho de buscar puntos de encuentro en realidades tan diferente implicaba asumir posiciones esencialistas; y, por último, si la memoria social estaba en condiciones de salvar las diferencias a través de una aspiración de universalidad en las causas que les dan origen.

Para empezar a responder esos interrogantes, un camino posible es apelar a un cuento de Jorge Luis Borges que se llama Pierre Menard, autor del Quijote. En él se narra una historia de ficción: un autor del siglo XX escribe un texto idéntico, palabra por palabra, punto por punto y coma por coma, que el narrado por Cervantes a principios de la década de 1600.

El enigma que surge es si ambas obras pueden ser consideradas idénticas. La resolución al conflicto determina que no, porque la única diferencia entre ambos escritos es que el de Menard tiene un antecedente, mientras que el de Cervantes conserva su autenticidad de ser inédito.

Este asunto, que aún sigue inspirando amplios estudios desde la literatura y la filosofía, bien podrían tenerse en cuenta para esta ocasión.

El ejercicio de memoria que encuentra a las Madres argentinas con las kurdas es tan distinto como semejante. Cambia el tiempo y el lugar, el contexto y el mundo en general, pero las motivaciones son las mismas porque logran trascender y hacerse independientes de cada tiempo y lugar.

En cierto punto, la especie humana (aún con distinción de sexo, etnia, religión) puede ser considerada una sola. La expropiación, la violencia, la usurpación, los secuestros, las desapariciones y los asesinatos, por algo crean la personería jurídica de delitos de lesa humanidad, amparados por una ONU que a veces presta mayor o menor atención a estos reclamos.

Por último, y vinculado a lo anterior, la memoria social logra cierta aspiración universal, no tanto en las categorías propias de cada comunidad, sino en el conjunto de prácticas que se realizan a raíz de la combinación del hecho trágico, el dolor ante la pérdida y la búsqueda de reparación al respecto.

Aunque haya sociedades tan diferentes en costumbres, ideologías y ritos, ambos grupos de madres (argentinas y kurdas), sin lugar a dudas comparten el mismo horror, la misma lucha.

Foto: Filmaffinity


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