Filosofía y pasado reciente en una Argentina herida

La última semana de marzo y la primera de abril son fechas que calan muy hondo en gran parte de la sociedad argentina, que expone su indignación ante hechos trágicos que atentan contra el cuerpo colectivo a través de un conjunto de experiencias vividas en retrospectiva y resignificadas actualmente.

El pasado no murió.

Sigue allí, intacto como referencia que explica la idiosincrasia de un pueblo que no olvida, no perdona, no se reconcilia.

Dicho así, parecería exagerado, como una reiteración de rechazos que tendrían más aspecto de rencor que de reivindicación.

Sin embargo, existen salvedades.

La anti-política no va a curar los males; muy por el contrario, los agudizará. Y mucho más, al hacer circular su ideología. A propósito de ello, un reciente artículo del psicoanalista Jorge Alemán en el diario Página/12 ofrece consideraciones atinadas: «Una Ideología que se imagina que la Política es mera traducción de sus contenidos olvida que la política tiene su propio arte y sus reglas. Una Política que se olvida de la ideología que la inspiró tarde o temprano desemboca en una pura relación cínica con el Poder».

Imaginemos un escenario opuesto al que cuestionan los negacionistas: que cada 24 de marzo o 2 de abril el tiempo se detenga, las calles estén vacías, las paredes ausentes, los cánticos silenciados y una población domesticada.

Una circunstancia de tal magnitud generaría la chance que los poderes hegemónicos necesitan para seguir perpetuando impunidad y postergando a los grupos minoritarios sin que nadie los moleste; y aunque incomode al punto de resultar tan paradójico como contradictorio, vale recordar que la democracia mejora al poner en tensión las posiciones diversas, nunca cuando las anula.

Si la filosofía es el saber encargado de generar preguntas que inviten a la reflexión, todo indicaría que en la duda está su fortaleza. Por el contrario, la historia parte de hechos fácticos que han ocurrido en el pasado; esto es, que tienen su confirmación.

Entonces, ¿de qué se ocupa la filosofía de la historia y qué rol cumple en el particular caso del pasado reciente de Argentina?

En principio, el acto de filosofar se propone cuestionar los argumentos del oponente discursivo.

Cuando el pasado está latente, con pruebas que dan cuenta de una violencia sin precedentes de los derechos humanos por parte del Estado, queda poco por dilucidar, cayendo las falacias de una guerra civil entre dos bandos.

Los crímenes de lesa humanidad son un delito.

Las Fuerzas Armadas, ávidas en ocultar la verdad acerca de qué hicieron con los cuerpos que aniquilaron, no lograrán desaparecer los hechos.

Hay una frase popular que lleva consigo una gran sabiduría: «no tengo pruebas pero tampoco dudas».

Es imprescindible terminar de juzgar a las Juntas, restituir identidades e identificar restos de personas que aún muertas también tienen derechos.

Pero aunque todo esto último no logre su concreción, sólo queda el testimonio, las marcas en la piel, los tartamudeos que son indicadores del trauma que perdura.

Siempre que la memoria colectiva persista en su búsqueda, encontrará lugares apropiados para alojarse en esa verdad histórica que habla en tiempo presente y destina todos sus esfuerzos a desocultar la infamia.

Foto: Filosofía Nueva Acrópolis


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