“Mi nombre es Luis Alberto Spinetta. Tengo 61 años y soy músico. Desde el mes de julio sé que tengo cáncer de pulmón. Estoy muy cuidado por una familia amorosa, por los amigos del alma, y por los mejores médicos que tenemos en el país. Ante el aluvión de información inexacta, quiero aclarar públicamente las condiciones de mi estado de salud. Me encuentro muy bien, en pleno tratamiento hacia una curación definitiva. Quiero agradecer a todos por la buena onda que he recibido, y pedirles que no paniqueen, y no tomen en cuenta las noticias que han generado los buitres de turno. No tengo ninguna red social, ni Twitter, ni Facebook, etc., por lo tanto todo lo que lean al respecto es falso. Pertenezco a Conduciendo a Conciencia, y les recuerdo que ahora en las fiestas, si van a conducir no deben beber. Gracias. Los quiero mucho. Felices Fiestas. Luis”.
La noticia conmovió a propios y extraños. En diciembre de 2011, una de la leyendas más grandes del rock argentino anunciaba que estaba atravesando una cruel enfermedad. Hacía un tiempo que estaba alejado del centro de la escena, causándole indignación las imágenes que se publicaron en una revista de la farándula, en las cuales se lo veía notoriamente afectado por la causa de su deceso. De allí la carta que envió a los medios poco antes de partir.
El 8 de febrero de 2012 se confirmó su muerte, teniendo gran repercusión local e internacional en la prensa y en diversas celebridades del arte, la cultura y la política; además de, lógicamente, los fanáticos.
Spinetta fue una figura excepcional que escribió las mejores páginas de la música nacional. El rock de la buena memoria lleva su nombre.
Tuvo todo lo que un artista necesita para trascender: talento, carisma, sensibilidad, capacidad crítica y compromiso social.
También, fue querido y respetado por sus propios colegas, admirado por el público general, aún aquel que no tenía devoción por él.
Muchas de sus melodías forman parte del cancionero popular de los argentinos: «Tema de Pototo (para saber cómo es la soledad», «Muchacha (ojos de papel)», «Bajan», «Cantata de puentes amarillos», «Seguir viviendo sin tu amor», son tan sólo algunas de ellas.
Irrumpió de muy joven, cuando era adolescente, en una banda que hizo historia: Almendra. Siguió cautivando desde Pescado Rabioso y se consagró como solista, además de haber formado parte de otros grupos como Spinetta Jade.
El Flaco está en lo más alto del rock nacional porque desde su música le cantó al amor, la desgracia, la ilusión, el olvido y el dolor, entre otras temáticas convocantes de su repertorio.
Resultó un cantautor esencial en los crudos tormentos de los 70, necesario para el renacer democrático de los 80, resistente ante la oleada neoliberal de los 90 y renacentista tras la crisis de 2001.
La historia argentina no le fue indiferente.
Pasó una década y su estela brilla tan intacta como siempre.
De todos modos, a veces la nostalgia se impone como ese recordatorio de que hay un faltante imposible de cubrir: hoy, a esta sociedad, le sigue faltando alguien como él.