El sentimiento

Es difícil explicar el fenómeno popular del fútbol y sus hinchas.

Hay algo de irracionalidad que paradójicamente le puede dar sentido a una o varias vidas, organizarlas, crear pertenencia e identidad.

Existen aficionados que dan hasta lo imposible por sus colores, incluso dejando de lado preciadas causas. Gente que llora de tristeza o alegría, que pierde el trabajo, corta relación con la pareja o no tiene dinero, y sin embargo es fiel a un equipo.

En Argentina, el fútbol forma parte de un patrimonio cultural que fue acrecentándose con el tiempo. Tal vez, logrando un punto de quiebre con las grandes conquistas internacionales de la Selección: ganar el Mundial 78 en Dictadura Militar y el 86 en democracia tuvo un efecto político y social de gran masividad y repercusión que no se veían desde que Perón llenaba las plazas y en la apropiación de la categoría de «pueblo» congregaba a sus devotos.

El murmullo después de cada partido, las cargadas al clásico rival, las mesas de debate en cualquier momento recreativo, hacen que se pongan en juego más que la adhesión a una camiseta.

Es exagerado y hasta quizás inevitable. Porque en sociedades tan castigadas como la nuestra, el fútbol sigue siendo un entretenimiento, una distracción o una alegría.

Ayer, en una tan festiva como humilde Santiago del Estero, Boca venció a Talleres de Córdoba y conquistó la Copa Argentina, el torneo más federal de todos porque los pequeños cuadros de provincia y de distintas categorías se miden con los gigantes de Buenos Aires, el lugar donde se dice que solamente atiende Dios.

Y en ese contexto, instituciones como Boca son populares en todo el país. Es conmovedora la expectativa de un público que se acerca para tener una encuentro cercano con sus lejanos ídolos, y hace enormes esfuerzos por conseguir una entrada a los fines de ser parte.

Boca suma otra estrella para su nutrido escudo. Pero no será ni más ni menos grande por eso. Su trascendencia está dada por su gente, su historia, sus protagonistas.

«Boca es tan grande que convirtió a Macri en Presidente de la Nación», dijo astutamente Riquelme en su nuevo rol de dirigente. El oro y el barro en un club policlasista, donde los magnates cobran y los íconos resisten.


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