Diego desde adentro

De todas las personas que han formado parte de los entornos que ha tenido Diego Maradona, ninguna le ha sido tan decisiva en la carrera como Fernando Signorini (Lincoln, Buenos Aires, 1950), su preparador físico personal.

Hombre hecho y derecho, el Profe fue fundamental para seguir los pasos de alguien que no estaba preparado para tanto.

Se conocieron en 1983, cuando el Ciego (como lo llamaba el Diez) viajó a Barcelona con la idea de formarse mirando entrenamientos de clubes europeos. Por ese entonces, César Luis Menotti dirigía al equipo catalán, que contaba entre sus filas a Pelusa.

Gracias a sus contactos argentinos, Signorini comenzó a vincularse con la élite del fútbol, algo impensado para él.

Más sorprendente aún, le resultó entablar un acercamiento a Maradona, comenzando entre ellos una relación de mutuo respeto, afecto, confianza, admiración y fidelidad, que se afianzó a partir de la peor lesión que tuvo el astro en su trayectoria: una sería fractura en su tobillo izquierdo implicó un largo proceso de recuperación en que resultó clave el aporte de su entrenador particular.

Maradona encontró en Signorini a alguien que no lo iba a traicionar. Así, le ofreció seguir trabajando juntos para hacer grande al modesto Napoli de Italia.

Con humildad y profesionalismo, el Profe se perfeccionó en su labor, consultando a profesionales de primera línea, utilizando métodos novedosos y conociendo como nadie el privilegiado y castigado cuerpo de una figura controversial.

Signorini no sólo entrenó la mejor versión de Maradona en México 86, sino que también fue su sostén emocional en los momentos más difíciles del ídolo, cuando sus conflictos extradeportivos y los problemas de adicción a las drogas nacieron, crecieron y se profundizaron, al punto tal de convertirse en su más doloroso infierno.

Muy querido por Don Diego y Doña Tota, y mirado con recelo por otras glamorosas presencias a quienes no les destina ni una sola mención en su libro, el preparador físico se encargó de pedir ayuda en la época dorada del nacido en Villa Fiorito, asistiendo a terapias de grupo en centros de rehabilitación para consumidores de drogas sociales y buscando clínicas que pudieran tratar ese flagelo.

Sin claudicar, el Ciego representó la figura del límite y la autoridad, alguien sano física y mentalmente, lejos de la frivolidad y la obsecuencia de los amigos del campeón.

Fue la persona que se quedó en Nápoles luego del triste exilio de Maradona, en abril de 1991, cuando el primer positivo de control antidopaje se había convertido en realidad. Estuvo poco más de un año allí, haciendo trámites de diversa índole y armando mudanzas para dejar toda documentación en orden. A ese punto llegaba la franqueza, que también era reconocida por Claudia Villafañe.

Respetuoso de Carlos Salvador Bilardo más allá de sus diferencias con respecto al estilo de concebir la vida, el Ciego preparó a un Diego que ya no era el mismo luego de su esplendor, pero que encontró nuevas ilusiones con el regreso al Sevilla de España en 1992, tras la suspensión de la FIFA y teniendo una vez más como DT a quien lo hizo capitán de la albiceleste.

También fue clave en su última gran aventura con la camiseta de la Selección Argentina, camino al Mundial de Estados Unidos 1994. Por aquellos meses, en la previa de la Copa, sigue siendo conmovedor ver a ambos entrenando en un lugar descampado de la provincia de La Pampa, adonde una estrella de tal dimensión se sometía a la sencillez de regresar al barro, a pesar de tener episodios de abstinencia que logó sobrellevar con el único objetivo de volver a la cima.

Una vida al lado de Maradona no caben en algunas páginas. Hay mucho más, pero es tal el criterio del autor, que se reserva anécdotas pertenecientes al ámbito privado. Eso implica no solamente nobleza sino también ética e idoneidad en una persona de bien, que siempre estuvo muy atento en diferenciar a «Diego» (con quien iría al fin del mundo) de «Maradona» (el personaje que construyó para soportar tanta presión, pero al que no acompañaría ni a la esquina, según sus propias palabras). Los pies en la tierra, sin adulación pero con amor sincero. Así fue la influencia de Signorini en la vida del más grande futbolista de la historia.

Siempre agradecido, el Profe suele afirmar que encontrarse con Maradona lo salvó de una vida gris; y en Diego desde adentro decide mostrar la cara más humana de un ser único que en este 2021 habría cumplido 61 años de edad.


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