Hay una acción tan inconciente como omnipresencial para los seres vivos, incluidos los humanos: respirar.
En ella operan los instintos de conservación y resiliencia, necesarios para continuar la vida. Situaciones límites asociadas al peligro, la adrenalina o el agotamiento, ponen de manifiesto su condición de verbo imprescindible; y la circulación o privación de aire pueden ser indicios, respectivamente, de salud o enfermedad.
Si a todo ello se le suman miedos, angustias o preocupaciones de índole existencial, las subjetividades aturdidas clamarán por un genuino pacto de silencio y paz. En esas circunstancias de relajación será posible ejercitar la autoconciencia; y es el Homo Sapiens Sapiens («saber que piensa») quien está llamado a encontrar el justo equilibrio que separa a los opuestos conformados por las energías del caos y del cosmos.
Por eso ha de resultar complejo localizar la incomodidad de un dolor emocional que resquebraja internamente al punto de expandirse por el organismo.
Cuando esa afección queda encerrada sin chances de salir del cuerpo, recibe el nombre de tristeza; pero cuando logra quebrar los obstáculos que han producido los ahogos, se llama aprendizaje.
Y aun así, si hay algo que comparten determinadas civilizaciones milenarias, es ese camino ascético que habla del amor y la afectividad como instancias de transformación para hacer de la sabiduría un medio conducente a una vida mejor, sin perturbaciones ni cuentas pendientes, aunque con el compromiso de velar por el bien común de un colectivo.
Para muchas de las personas que respiran actualmente en el universo, ser y estar son paréntesis situados entre la ausencia y la muerte. Quienes logren aprender a estar lo más lejos posible de ambas (es decir, en el punto medio) habrán comprendido lo esencial: que se muere una sola vez pero se vive todos los días.
En ese juego de tensiones, más importante que caer y levantarse es respirar con esa calma propia de aquellas personas que logran descansar en sus afectos, aprendiendo a estar bien consigo mismo y con su entorno, prescindiendo tal vez de las palabras pero nunca de los gestos.
💛