¿Qué es la belleza?
¿Existe por sí misma o sucede por convención?
¿Por qué cambia a través del tiempo?
¿Cómo impacta en la sociedad?
¿Cuáles son los parámetros que se tienen en cuenta para su consideración?
En marzo de 1959, la industria del juguete en Estados Unidos de Norteamérica tuvo uno de sus hitos más renombrados: llegaba al mercado la Muñeca Barbie; y con ella, un conjunto de estereotipos que prefiguraron los cánones de mujer, belleza y femineidad.
Cuenta la historia que su creadora fue Ruth Handler, quien años atrás se había inspirado en un objeto sexualizado expuesto a través de una tienda en Alemania. Precisamente, no se trataba de un juguete para niñas sino que era adquirida principalmente por hombres adultos.
Con el tiempo, la multinacional Mattel vio de inmediato el negocio multimillonario que podría crearse a partir de aquella situación: compró los derechos de la muñeca y la comercializó creando todo un universo al servicio de esa causa. Desde entonces, proliferan diversos motivos y versiones de la Muñeca Barbie, que cuenta con insumos capaces de recrear la vida de una mujer en sus distintas versiones, para lo cual requiere de vestimenta, hogar, automóvil y pareja (por citar tan sólo algunos ejemplos), que también están disponibles en el mercado.
De seis décadas a esta parte, la Muñeca Barbie se ha convertido en un estereotipo global con tendencias hegemónicas, que año a año instala cuatro o cinco modelos para causar fascinación principalmente en las niñas.
Barbie se caracteriza por ser alta, delgada, esbelta, rubia y sexy (cualidad que habla de seducción, querer gustar). Esos parámetros marcan tendencia en la moda y se propagan con una celeridad que a la vez resulta preocupante, porque no solamente tiene que ver con las apariencias sino con exigencias de una sociedad que compra esa imagen e impone condiciones. El tránsito que va de la juguetería a los valores de la sociedad es ideológico; a fin de cuentas, consiste en otra forma de imperialismo.
Vale agregar que el impacto de los estereotipos surgidos a partir de la muñeca ha hecho estragos en generaciones. Jóvenes adolescentes, disconformes con su cuerpo, atraviesan a diario trastornos alimenticios (bulimia y anorexia), ansiedad, angustia y depresión por no responder a las demandas de un mundo que se dirime entre la aceptación, el rechazo y los falsos ideales de felicidad.
Advirtiendo este realidad, Mattel acusa recibo pero no por sus valores éticos sino como estrategia para resignificar su producto más logrado a los fines de que salga con mayor impulso para acrecentar sus ventas: aprovechando la crisis sanitaria del Covid-19 tuvo la idea de crear una muñeca inspirada en la científica británica Sarah Gilbert, creadora de la vacuna AstraZeneca que ha salvado millones de vidas en el planeta. De destacada trayectoria en el mundo académico y profesora de la Universidad de Oxford, la investigadora asegura sentirse un tanto extraña al ser cara de una muñeca de alcance mundial, pero de algún modo acepta esa circunstancia si es que va a inspirar vocaciones.
Recogiendo el guante, Mattel también instaló otros cinco ejemplares que reconocen a trabajadoras de la salud. Incluso, busca derribar mitos al exponer muñecas de color negro como símbolo de diversidad y aceptación a la comunidad afroamericana.
No deja de resultar curioso cómo una mega empresa que aumentó exponencialmente su patrimonio gracias a la difusión de una mercancía que exhibió pieles de animales para hacer ostentación de su glamour, sea la misma que ha afectado a millones de niñas y adolescentes que no soportan la exclusión. Ahora, en un acto de dudosa moralidad, jura querer contribuir a un mundo mejor vendiendo figuras de personas que se ocupan de la salud. ¿Será para curar a todas esas generaciones que se enferman ante obligaciones prácticamente imposibles de cumplir?