Cada día, desde que despunta el alba hasta el anochecer, millones de personas esperan una oportunidad que se les niega.
Creen en falsas promesas; muchas veces, sabiendo que no llevarán a ningún otro lado más que a la frustración.
Sin embargo, resisten. El instinto de supervivencia las anima a permanecer, firmes ante fragilidades de políticas estériles que sólo son eficaces a los fines de excluir.
La historia argentina tiene algo de recurrente, casi con los mismos problemas desde los inicios de la patria: la división, los egoísmos, la violencia, el hambre, el desolador panorama que llega hasta un hartazgo que se debate entre el resentimiento y la resignación.
¿Cómo podría ser posible remontar ante tanta adversidad?
¿Por qué quedan relegadas otras realidades que también hacen a gente solidaria, tan humilde como humana, que tiene sensibilidad para pensar en los demás?
¿Cuándo será el día en que el dolor y la tristeza cedan ante un horizonte próspero en que vivir con dignidad ya no represente una utopía?
¿Dónde está el punto de partida para empezar a transformar circunstancias tan complejas?
¿Quiénes están convencidos de inspirar cambios que no llegarán a ver?
Las fotografías que acompañan a este texto tienen la autoría de Julián de Dios. Hablan por sí mismas pero también aplican a cualquier otro momento: la oscuridad y alienación de un mundo subterráneo, con destellos que dan luz a la caverna; gente haciendo largas filas, amontonándose mientras aguarda algo de manera urgente; ciudadanos que intentan llegar con dificultades a la meta de sobrevivir cada jornada.
Quizás haya que cambiar de perspectiva y dejar de proyectar mejores mundos en términos de meros deseos; sólo así, finalmente, esa vida soñada asistirá a la aspiración de ser parte de un derecho.