A los casi 60 años de edad, la célebre gimnasta Nadia Comaneci (Onesti, Rumania, 1961) cultiva el perfil bajo. Vive en Oklahoma junto a su pareja Bart Conner y ambos son padres de Dylan, nacido en 2006.
Mediante su mirada es posible advertir los rasgos de aquella niña prodigio que irrumpió y brilló en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976 (hasta ese entonces, inédito puntaje perfecto, calificada con 10 en las especialidades de desempeño individual, barras asimétricas y barras de equilibrio; obteniendo así tres medallas de oro que se sumaron a una de plata y otra de bronce), destacándose también en Moscú 1980 (dos doradas, dos plateadas).
Sin embargo, la gloria deportiva no parece haber sido lo más importante y trascendente de su vida.
Tuvo una carrera breve pero intensa; y detrás de ese rostro tan inocente como angelical se ocultó una historia de abusos, persecuciones y amenazas por parte del régimen dictatorial de Nicolae Ceasescu (1918-1989), líder del partido comunista.
Con apenas 6 años de edad, las destrezas de Comaneci fueron descubiertas por su enorme talento, cuyo esplendor fueron las competencias de Canadá. Era una adolescente con absoluto dominio del cuerpo, deslizándose como una atleta nacida para ser leyenda.
Aún así, entre misterios y silencios sobre su figura, se inscriben relatos nunca del todo confirmados por ningún protagonista; mucho menos por ella, quien toma distancia del pasado.
Cuentan que las delegaciones eran seguidas muy de cerca por autoridades que vigilaban a sus deportistas de manera secreta y permanente.
Cuando Nadia hacía bien sus deberes, recibía una muñeca de regalo. Soportaba presiones de Ceasescu y su esposa Elena, quienes le exigían obtener medallas para hacer propaganda del gobierno. La pareja decidió ejercer mayor presión sobre ella, temerosos de que siga a sus mentores: el matrimonio de Martha y Bela Károlyi (polémicos por llevar a cabo sesiones extenuantes y maltratos), huyó a EE.UU. en 1981.
Comaneci se retiró ese año. Recién en 1989 emprendió la huida hacia tierras norteamericanas, justo un mes antes de la caída de Ceasescu. Puso fin a los tormentos y logró ser feliz en libertad.
Hoy es una embajadora del deporte que ama; y a 45 años de su más superlativa performance, recibe el cariño de un público que la respeta, valora y admira, por un historia de resiliencia y superación.
Foto: Vistazo