La cámara toma en primer plano el tobillo ensangrentado de Lionel Messi, alguien a quien le cabe (al menos por ahora) la perversa ley que condena a aquellos que no son profetas en su tierra.
Sobre el final de un partido decisivo, ha recibido la violenta falta de un rival.
Sin embargo sigue en pie, atento al juego.
Los compañeros lo buscan mientras el protagonista intenta recibir libre, escapando a toda marca. Hay una consigna clara: la pelota siempre al 10.
Seguramente, en las redacciones de los principales medios nacionales ya se esté gestando la crónica épica de esa imagen si el resultado es favorable para una Selección que durante casi tres décadas acumula frustraciones y es mirada de reojo por una afición insoportable que exige amor, fidelidad y gloria, sin ningún tipo de concesiones.
A los 34 años de edad, Messi ve el túnel del adiós casa vez más cerca.
Son sus últimos partidos con la pesada camiseta de Argentina, el país que abandonó cuando era un incipiente adolescente porque no consiguió ningún club que se hiciera cargo de su tratamiento hormonal para crecer.
(¿Es realmente cierto que le debe algo a la patria?).
En esa cuenta regresiva, su presencia se repite acumulando récords pero con desenlaces similares: mirada perdida, cuerpo caído, muestras de impotencia y resignación, rostro apesadumbrado por acumular derrotas.
Todo ello contrasta con el prestidigitador que desde hace 17 largas temporadas tiene una asombrosa regularidad para seguir destacándose en los escenarios más superlativos del mundo.
Una sombra lo ha perseguido: la del ídolo que fue héroe a pesar de sus errores, muertes y resurrecciones. En cierto punto, los futboleros mayores a 30 años de edad siguen siendo esclavos emocionales de Maradona, único e incomparable porque su dimensión (en el cielo y el infierno) trascendió al campo de juego.
En estos días, Messi empieza a ser más querido por otras aptitudes que le sumó a su enorme talento: liderazgo, convicción, resiliencia ante la adversidad.
Por fin se decide escribir su propia historia; justo ahora, cuando está desatando sus botines.
Ganar o perder la final de la Copa América frente a Brasil, no debería cambiar este concepto.
Fotos: El Gráfico