Vacunas, turismo y negocios

A diferencia de otros grandes brotes epidémicos de la historia, la pandemia del Covid-19 se destaca por ser global, suceder en el momento de mayor cantidad de habitantes del planeta y ocurrir en pleno auge de la tecnociencia y las comunicaciones.

Entre muchos otros asuntos, expone una contradicción que también es indisimulable: el desarrollo del conocimiento científico no siempre ha beneficiado a la humanidad en su conjunto.

Si la ciencia es poder, sus dispositivos de circulación, acceso y apropiación, también lo son.

La sabiduría tiene más chances de ser legitimada al devenir conocimiento, lo cual, en consecuencia, da curso a factores de comercialización que, de por sí, suponen la desigualdad.

Cuando una tragedia o preocupación sacude a Sudamérica, África u Oceanía, el mundo industrializado actúa con indiferencia; pero cuando la preocupación los acecha, las grandes potencias proceden con rapidez, eficacia y mezquindad.

En estos meses, el eje del debate gira en torno a la liberación de las patentes. Hay fórmulas que nacen en los laboratorios y que, si bien no tienen la cura del coronavirus, al menos resultan productivas para disminuir sus efectos (traducido en otras palabras: enfermar y padecer, pero no morir). Sin embargo, registrar esas investigaciones impiden que otros actores puedan hacer uso de ellas. Por lo tanto, se genera una relación de dependencia, en la que el agente dominante (los laboratorios) impone condiciones para inmunizar al agente dominado (la población no vacunada, de bajos recursos). Si se liberaran las patentes, la producción de vacunas crecería exponencialmente en distintas partes del planeta y lograría inmunizar a mayor cantidad de habitantes en menor lapso de tiempo.

Aun así, eso no pasa.

Por caso, la ciencia argentina -considerada de élite, con investigadores que nada tienen que envidiarle a los del denominado Primer Mundo- hace lo que puede sin recursos, esperando que las dosis salvadoras lleguen desde aviones enviados a Rusia, y cuyo acontecimiento es relatado con el ímpetu de una hazaña.

Mientras tanto, los sectores pudientes de la sociedad compran costosos pasajes aéreos a Estados Unidos de Norteamérica, que con su tradicional mentalidad imperialista crea las condiciones necesarias para hacer de la urgencia, el miedo y la desgracia, un acontecer turístico.

El problema no sería que alguien de un país pobre vaya a vacunarse con sus propios recursos a un lugar que ofrece esa posibilidad (al fin y al cabo, podría verse el lado favorable: es una persona menos para vacunar en el país de origen, ofreciendo la chance a que otra pueda hacerlo de manera más inmediata; y a su regreso ya estaría inmunizada).

La dificultad, sí, pasa por otro lado: la grandeza de los países ricos es lograda en base a la explotación de los más perjudicados. De alguna manera, quien se vacuna afuera es cómplice de ese sometimiento, además de ser funcional a una desigualdad que beneficia a los más fuertes.

Y si fuiste funcionario público de tu país, mentís a tu sociedad y vas a curarte afuera, el mensaje que estás dando es muy claro: en la ideología neoliberal sólo se salvan individualmente los que pueden. El resto, que se arregle.

Foto: Periódico Viaje


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