Con los brazos en alto

Leopoldo Jacinto Luque fue un futbolista que jugó profesionalmente cuando recién aparecía más nítidamente la TV, primero en blanco y negro, luego a color.

Se desempeñaba como número 9, un delantero centro que no chocaba con los zagueros centrales rivales, sino que sabía con el balón, participando de un circuito con extremos que lo abastecían y asociándose a mediocampistas con llegada y buen manejo.

Su nombre (pronúnciese: Leopoldo Jacinto Luque, de manera completa) se inscribe en un momento dorado para el fútbol argentino, cuando las Selecciones Nacionales comenzaban a ser prioridad, generando orgullo y sentido de pertenencia, tanto para los protagonistas como para la afición.

La imagen más icónica es una que al cerrar los ojos inmediatamente aparece en la retina de la memoria popular: el Mundial 78, la cancha de River, el remate de larga distancia frente a Francia y ese primer plano que lo muestra con los brazos en alto, la melena al viento, el bigote fijo, corriendo lentamente, con la cara llena de gol. Ese día, se había luxado el codo y su hermano, en viaje hacia Buenos Aires para ver el partido, falleció en un accidente (Luque se enteró de la tragedia una vez finalizado el encuentro).

Los campeones del 78 también fueron héroes, pero a diferencia de la generación del 86, quedaron salpicados por el horror de la dictadura, la utilización que los militares hicieron de la competencia y el polémico partido contra Perú (para clasificar a la final, la Selección de Menotti debía ganar con una diferencia de 4 goles; y el 6-0 a favor, hasta el día de hoy, siembra sospechas: ¿hubo amenazas por parte de los gobernantes de turno para que el rival fuera a menos?).

Ese equipo, injustamente ignorado y menospreciado, contó con figuras que forman parte de lo mejor que ha dado el fútbol a nivel de Selecciones. En cualquier formación histórica, aparecen el Pato Fillol, el Kaiser Passarella y el Matador Kempes, entre otros. Asimismo, El Flaco Menotti se mide mano a mano con el Narigón Bilardo como los hombres más salientes que ocuparon el cargo de entrenador en AFA, con el agregado de que a su estilo de conducción le incorporaron factores ideológicos.

Luque, nacido en Santa Fe (siempre cuna de talentos), tuvo buenos pasos por equipos de provincia, pero sólo brilló en el River de Ángel Labruna y en la Selección de César Luis Menotti, de la que era subcapitán de un conjunto liderado por Daniel Passarella. Cuatro tantos -entre ellos, dos a Perú, en el discutido cotejo mencionado anteriormente- fue su aporte insoslayable para ganar la primera Copa del Mundo que habita en las vitrinas del fútbol local.

Como muchos jugadores de su generación, Luque debió luchar contra el olvido, las dificultades económicas, la falta de trabajo, las adversidades personales y los problemas de salud.

Después de la gloria y el retiro, participó en algunas publicidades para promocionar algún que otro Mundial, fue aliado de las Abuelas de Plaza de Mayo en participaciones que siempre repudiaron las atrocidades sucedidas en el país del Nunca Más, y en los últimos años había sido convocado por River Plate para detectar talentos en distintas partes de Argentina.

2020, el año de la pandemia, también lo dañó.

Se recuperó y tuvo una recaída, pero le fue imposible resistir.

El pasado 15 de febrero falleció.

Con Luque se va otra figura de un fútbol que ya no existe, en el que deleitaban jugadores más parecidos a la sensibilidad del hincha que a los desapasionados referentes de la actualidad, en parte víctimas de empresarios y dueños de un negocio con carencias de esa felicidad genuina que inevitablemente traza un puente con la infancia.

Foto: Olé


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