Si algo caracteriza a la obra de Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) es la búsqueda de aquellos sucesos cotidianos que tienen como protagonistas a las personas comunes, con las mismas circunstancias, en las buenas y en las malas, que cualquiera de sus lectores.
El autor es un gran contador de historias que sale al encuentro de aquellos lazos capaces de conectar dimensiones como el barrio, la infancia, las amistades y el amor, en escenarios de melancolía significativa, que no quedan alojados en la pérdida, el dolor o todo aquello que pudo haber sido, sino que están en movimiento para que las experiencias enseñen el valor de crecer y acomodarse con lo que cada cual lleva puesto, porque de eso se trata vivir. Algunas realidades se eligen y otras, indefectiblemente, se imponen.
En Ser feliz era esto hay mundos que se rompen y recomponen, como si formaran parte de una cinta de moebius en que habitan las tensiones: la vida y la muerte, el abandono y el rescate, el olvido y el recuerdo, el llanto y la risa, la duda y la certeza.
También, en ese contexto de dualidades, tienen lugar la tristeza y la felicidad que acontece en las vidas de Lucas y Sofía, una relación que nace a partir de un hecho trágico, cuando comunica a una hija de 14 años con su padre que está en otra ciudad y no sabía de su existencia.
Toda la trama gira en torno a ese vínculo que irrumpe en las subjetividades de los participantes, quienes deben conocerse repentinamente para empezar a caminar juntos.
Es así que Lucas sale del estado de letargo, pasividad y rutina en que había devenido su existencia con Fabiana, una pareja distante, egoísta y arrolladora.
Por su parte, Sofía descubre en este nuevo despertar la posibilidad de entablar abrazos con un padre que la ayuda a emanciparse y participa de sus inquietudes, potenciándose desde una personalidad sensible y especial, curiosa y divertida, siendo los comienzos de su adolescencia, más que nunca, un pasaje entre la niñez y la adultez.
Con diálogos conmovedores y situaciones atrapantes que sostienen la lectura ágil, Sacheri construye caminos de afectividad a través de una historia que interpela y transforma internamente.