Callar es complicidad

En varias provincias del país (anteriormente, ya lo hicieron otras), hoy fue el día de recomenzar las clases escolares.

La coyuntura actual expone una vez más -y quizás como nunca- las debilidades de un sistema educativo desigual, que aun haciendo sus mejores esfuerzos y en virtud de honrosas intenciones, no deja de ser una cuenta pendiente de cada gobierno.

La presencialidad no se reemplaza con ningún dispositivo tecnológico. El factor humano como tal sigue siendo imprescindible en los vínculos humanos, sobre todo en sociedades fragmentadas, excluyentes y -en más de una ocasión- sometidas al abandono y la indignidad.

El deterioro moral -acompañado de indiferencias y negligencias por parte de autoridades que han elegido no prestar atención a asuntos de primera demanda en el orden de lo colectivo- hizo que se ignorara el trabajo artesanal, comprometido y de profunda vocación llevado a cabo por la docente Sandra Calamano y el auxiliar Rubén Rodríguez, quienes el 2 de agosto de 2018 se presentaron bien temprano a la mañana en la Escuela 49 de Moreno, antes que el resto de la comunidad para preparar el desayuno y recibir como corresponde a niños que siempre tendrán el derecho de ser tratados como personas.

Un escape de gas generó una explosión y se llevó la vida de ambos.

Error imperdonable que se acentúa por reiteradas demandas para que se reparara previamente el mobiliario de una institución que a partir de ese fatídico episodio estuvo cerrada durante un tiempo, lo cual interrumpió y dañó el derecho de la educación a una infancia que además de esa dificultad debió enfrentar el duelo de la pérdida junto a otros miembros de la comunidad educativa.

Dice la Ley Federal de Educación N° 26.206, en su Artículo 92, inciso d), que es obligación garantizar «El conocimiento de los derechos de los/as niños/as y adolescentes establecidos en la Convención sobre los Derechos del Niño y en la Ley Nº 26.061».

Este asunto, que también remite a los derechos humanos, bajo ningún punto de vista se tiene que soslayar. Hacerlo sería volverse cómplice de episodios que si no se reconocen suponen el serio riesgo de que vuelvan a repetirse. La concienciatización ciudadana es una tarea que se realiza todos los días y desde el comienzo del recorrido en el sistema educativo.

Mientras en estos días se impulsa un proyecto de infraestructura escolar a nivel provincial, elijo no callar por la memoria de Sandra y Rubén; y porque al ser trabajador de la educación, hay un duelo que también me pertenece.

(A pocas semanas de ocurrida tan lamentable tragedia, decidí hablar sobre ella en todas las instituciones donde trabajaba en ese instante; y en una escuela hubo influyentes intervenciones que a través de una censura solapada pretendieron dejar conformes solamente a dos -repito, dos- adultos que desde la impunidad y el arrebato comunicaron su disidencia sin siquiera darme el derecho a réplica, esto es, explicar las motivaciones que me condujeron a socializar el hecho, con un lenguaje pertinente y adecuado tanto a la edad como al contexto de los interlocutores.

El acontecimiento puso de manifiesto la doble moral de comunidades que hacen de la educación transformadora su norte y destino, y del amor al prójimo su abrazo y lamento, pero que a veces ceden a la hora de defender causas justas para así evitar problemas.

Debí haber dicho adiós en ese preciso instante, cuando se consumó la actitud que le faltó especialmente el respeto a la memoria de los damnificados. Me quedé un año y medio más, aguardando en vano que algo significativo pudiera cambiar. Mi última clase fue preparar una actividad especial para dejar alegres a padres invitados a una jornada de reflexión y festejo en el fin del último ciclo lectivo.

Un tibio mensaje de agradecimiento no me convenció para seguir perteneciendo.

Al enviar mi renuncia, ni siquiera se comunicaron para saber por qué lo hacía; supongo que no era necesario: lo que aquí comento fue expresado oportunamente y cara a cara en uno de los momentos más tristes que recuerde mi trayectoria profesional).

Sandra y Rubén


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