Hay algo particular que comienza a suceder en la infancia: los vínculos con los animales.
A los niños suele llamarles mucho la atención.
Están ante un nuevo universo de seres que se mueven de manera autónoma y tienen vida propia.
Interactuar con otras formas de la naturaleza les permite aprehender la inmesidad del universo a partir de la inmediatez de sentidos que confluyen a tal efecto: principalmente, la vista (grandes, pequeños, oscuros, claros), el oído (sonidos guturales, agudos, graves) y el tacto (suaves, rugosos, peludos, escamosos).
El origen de la palabra «animal» proviene del latín «anima» (se pronuncia «ánima» y significa animado», ser vivo), pero a la vez tiene una raíz etimológica griega, en el que «anima» es sinónimo de «alma».
Por lo tanto, el ser humano también es un «anima»: más específicamente, animal racional.
¿Significa que los seres vivos -exceptuando a los humanos- carecen de razón?
No tan así.
En todo caso, los animales no humanos tienen algún mínimo grado de raciocinio y sensaciones antes que sentimientos.
En «La decadencia de la amistad», uno de los cuentos que forman parte del libro Crónicas del Ángel Gris, Alejandro Dolina cuestionaba esa máxima culturalmente difundida de que los perros no traicionan, aduciendo que eran incapaces de llevar a cabo ese tipo de operaciones complejas; del mismo modo, tampoco estaban en condiciones de hacer una estafa.
Al margen del humor, se sabe de mascotas que lloran a sus dueños cuando ya no están, o que experimentan el sufrimiento del dolor ante determinadas circunstancias de peligro.
La Teoría de la Evolución de Darwin explica cómo muchos animales nacieron, se desarrollaron, mutaron y -en algunos casos- extinguieron.
De esos estudios es posible deducir, también, cómo fue posible que los zoológicos -espacios inicialmente pensados para la conservación de las especies- devinieran espectáculos de exhibicionismo y maltrato, con seres en cautiverio, sometidos a la mirada e invasión de humanos más pendientes del show que de los ecosistemas.
En las últimas décadas, proliferan como nunca antes en la historia los colectivos de veganos y vegetarianos, aduciendo que para la alimentación humana ya no se requiere la matanza indiscriminada de animales para la supervivencia.
Los días actuales del coronavirus serán recordados -entre muchas otras transformaciones más- como el momento en que gran número de especies emergieron ante la ausencia de la amenaza del hombre, circulando por lugares como las metrópolis, en donde antes ni siquiera circulaban por temor a los ataques. Además, el reino animal cae bajo sospecha ante la difusión -no confirmada- de uno de los posibles orígenes de la pandemia: la ingesta de un murciélago, costumbre que pone de manifiesto la interacción de las prácticas culturales entre seres vivos de distinta especie.
Es probable que en tiempos de deconstrucción también haya que dejar de lado esa mirada ingenua y burlona de los animales, que más allá de generar empatía -cuando, volviendo a los niños, ellos se encargan de imitar el sonido de la oveja, la vaca y el caballo- también cosifica a los seres vivos, atribuyendo cualidades humanas generadoras de rechazo y violencia: identificar al burro y la tortuga con personas que no tan inteligentes o dinámicas; al cerdo con quien está excedido de peso; al gato con quien reduce la sexualidad al aspecto genital; y al león como estandarte de la valentía; habla más de los humanos que de los otros seres que gobiernan el planeta.
Entre las preguntas que son inspiradoras para responder, surgen algunas como las siguientes:
- ¿Cómo fue que la especie humana no logró ser devorada por otras salvajes?
- ¿Qué pasaría si se extinguieran los animales?
- ¿Y qué sería de ellos sin la presencia del hombre?
- ¿Por qué las otras especies no llegaron a evolucionar como sí lo hicieron los seres humanos?
Un día como hoy de 1926 fallecía Ignacio Albarracín, proteccionista de animales y ferviente impulsor de leyes que defendieran sus derechos.
En el Día del Animal bien vale el reconocimiento a las especies que dan vida al planeta, sostienen la biodiversidad y -además de todo ello- son capaces de ayudar a personas con problemas de salud mental mediante la compañía y la interacción que se genera en el contacto con ellos.
Foto: Infobae