La ciencia ante el público

Es difícil escapar a los estereotipos porque hasta los más escépticos habitan un mundo de creencias.

En estos días de clases virtuales y ausencia de presencialidad, hay uno de los tantos debates que resurgen: el de la enseñanza de las ciencias.

Sucede una falsa ruptura epistemológica entre ciencias formales, exactas y naturales por un lado; y artes, humanidades y ciencias sociales por el otro.

¿Pero por qué pasa esto?

Probablemente, porque algunas circunstancias alientan los distanciamientos.

Las ciencias formales nacieron mucho antes, en tiempos inmemoriales, cuando los primeros grandes interrogantes surgían al mirar al cielo y los astros, centrándose la atención en la inmensidad del universo; sus profesionales, conjuntamente con los dedicados a las exactas y naturales, gozan de mayor prestigio. Al menos, en países desarrollados o emergentes, suelen tener mejores sueldos que otra actividades o profesiones, muchas de las cuales dependen de alguna colaboración voluntaria y «a la gorra».

Todavía hoy existen familias que en su idea de progreso le dan más crédito a «m´hijo el dotor» que a quienes tienen la irreverencia de dedicarse al arte. Es más, a estos últimos se les suele preguntar: «Bien, ¿y qué vas a estudiar?», como si se tratara una actividad de segundo, tercer o último orden, lejos de toda legitimidad.

A partir de lo anterior, se configuran imágenes y semejanzas, consolidándose concepciones que se instalan sin ponerse en duda. Los reduccionismos tampoco han ayudado: la ligera división entre «ciencias duras» y «ciencias blandas» elevan un muro a derribar, porque mientras se muestran a las primeras asociadas al esfuerzo y la dificultad, las segundas aparecen más transitables, como si se tratara de algún tren al que cualquiera podría subirse sin pedir permiso.

Si se recurre a las estadísticas (¿una estrategia que guarda mayores semejanzas con las matemáticas que con la sociología?), es verdad que carreras como Medicina o las Ingenierías pueden llevar -en el mejor de los casos- un promedio de 10 años de estudio a quienes pretendan graduarse en tales disciplinas; algo muy distinto a seguir Trabajo Social, Diseño Multimedial o Filosofía, cuya duración se reduce a poco más de la mitad que aquéllas.

De todos modos, el asuntos no es ése (o no debería serlo), sino que la cuestión pasa por considerar algo mucho más profundo, que no se dice pero que corre peligro de viralizarse: ninguna profesión es menos o más importante que otra; en todo caso, ante el modelo de un país que se proyecta, si hay más psicólogos y abogados que ingenieros, el problema pasaría por revisar políticas de Estado, en que la educación es otra ciencia a cuestionar.

Así como ejercer el periodismo no necesariamente significa informar mediante dispositivos tecnológicos, hacer arte no es salir a pintar -en la inspiración de un libre albedrío- una pared, el psicoanálisis no tiene que ver con la escucha de un amigo y el trabajo social no consiste en visitar y consolar a una persona vulnerada en sus derechos, las ciencias exactas y naturales tampoco deberían ser asumidas como conocimientos con ningún tipo de vinculación respecto del mundo cotidiano.

Adrián Paenza, Doctor en Matemática, afirmaba en una Charla TED de hace unos años, que las dificultades surgidas en la enseñanza de su disciplina estaban primordialmente relacionadas con planteos equivocados: si un docente propone resolver ecuaciones apelando a problemáticas que desconocen sus interlocutores, entonces jamás podrá generar aprendizajes; por lo tanto, el proceder debería ser inverso: a partir de problemáticas existentes -en la familia, el barrio o la ciudad- es necesario pensar soluciones a las que los aprendices puedan acceder. Para ello se requiere mirada atenta y crítica, así como también preparación, creatividad y escucha.

Las clases virtuales se piensan como alternativas al aislamiento social preventivo y obligatorio en el marco de la cuarentena. Esto no significa que toda comunicación vía Internet sea asimilable al proceder de las redes sociales, donde la pulsión de fotografías, imágenes y pequeños mensajes están a la orden del día.

En consecuencia, es tan urgente como necesario terminar con el mito de que las artes, las humanidades y las ciencias sociales son más fáciles de enseñar porque tienen que ver con el diálogo, la charla amena y la comunicación basada en el sentido común; he allí, curiosamente, otra controversia, porque así como aprobar no es lo mismo que aprender, conocimiento tampoco es lo mismo que opinión.

Los aprendizajes correlativos de las ciencias formales y exactas requieren de nuevas visitas, juegos y apelaciones a la resignificación. La pérdida del sentido es la amenaza más latente, cuando niños y adolescentes terminan resolviendo ecuaciones sin saber el camino, tan sólo el punto de partida y la llegada.

Alguna vez, el entrenador de fútbol Marcelo Bielsa, citando a su par César Menotti, habló de una metáfora que tenía como protagonistas al rectángulo de 90 grados y la flor: «Si usted cruza el jardín evitando el ángulo de 90 grados, pisa la flor y llega más rápido; en cambio, quien recorre el ángulo de 90 grados, tarda más pero no daña a la flor».

Las disciplinas basadas en números y ecuaciones complejas que poco y nada parecen relacionarse con el universo más inmediato de cada persona, tienen un objetivo que jamás debería dejarse de lado: ayudan a agilizar la mente, entrenar el razonamiento lógico y optimizar la toma de decisiones.

El día de mañana, ante alguna disyuntiva, las neuronas del cerebro se conectarán para proponer soluciones o alternativas. Cuanto más ágil y entrenado esté ese órgano del cuerpo, mejor será el destino de una persona, una familia, una sociedad o un país entero.

Foto: Lifeder

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