Ciclo de vida

Al día de la fecha me encuentro en un momento tan equidistante como lejano a dos extremos de la vida: si miro para un lado, saludo a la niñez; si miro para el otro, descubro a las personas que transitan la denominada Tercera Edad.

Esa vulnerabilidad acentuada en los costados es como un hilo que se tensa por las puntas hasta que finalmente se quiebra, y que ni la fuerza de la generación intermedia logra congregar; por el contrario, daña y segrega.

El sábado pasado se abrieron los bancos en una jornada inusual para sus actividades.

Lógicamente, hacia allí fueron los jubilados; porque en muchas ocasiones, tener dinero a mano puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Los tiempos de cuarentena, urgencias y postergaciones, hicieron que la voluntad fuera impostergable.

Todo lo bueno y criterioso que viene haciendo la clase dirigente -oficialismo y oposición, es justo decirlo- quedó por un lado suspendido, con vicios de otras determinaciones que de tan habituales pasan lamentablemente desapercibidas.

No en este caso.

¿Cómo puede ser que el gobierno haya omitido la garantía de dignidad hacia nuestros abuelos?

¿Fue un acto fallido?

¿Una situación que los superó?

¿O la confirmación de que las personas mayores no están en la inmediata agenda del Estado?

Evidentemente, la responsabilidad no puede caer en una sola persona.

Es un sistema el que falla; no de ahora sino desde hace mucho.

Una estructura similar a la de una botella completa que se pincha y empieza a perder.

En algunos sectores causa ahogos.

En otros, sensación de sed.

Cuesta entender cómo nuestras autoridades, tan previsoras en sus tres funciones principales -cuidar la salud para que no colapsen los dispositivos sanitarios; atender a la educación para que nadie se vea privado de tal derecho; y preparar a las fuerzas de seguridad para que lleven alimentos adonde existe el hambre y hagan tareas de prevención antes que proceder de manera coercitiva-, hayan puesto en riesgo no solamente a los ancianos sino también a la estrategia de cuarentena total que implica la aglomeración de gente.

Se sabía que esto iba a pasar.

¿Volverá a suceder?

Ojalá que no.

Nadie en su sano juicio podría permanecer indiferente ante la contundencia de las imágenes.

Abuelos llorando, sin oxígeno, resignados.

Al borde del desmayo y los pedidos de ambulancia.

Sin dinero ni dignidad.

Soportando el maltrato de una sociedad que también es responsable de tanta desidia.

Jubilados resignación

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