Si la Revolución Industrial marcó un cambio de paradigma, el mismo estuvo dado por la conjunción entre ciencia y tecnología: en ese combo estarían destinadas las expectativas de un progreso que al tener como protagonista a las máquinas (más productivas, perfectibles y constantes) lograrían desplazar al hombre. Claramente, allí se evidenciaría una problemática de difícil resolución.
Dos siglos después, la era de la hipercomunicación (¿la Internet es el invento más grande de la humanidad?) plantea un escenario que no admite como posible el retorno a un estadío anterior. Muy por el contrario, se expande continuamente y sin respiros, a una velocidad que -en términos de la física cuántica- hace desaparecer al espacio.
Los encuentros virtuales -«virtual» es una palabra que surge como oposición a lo «real», empíricamente hablando- crean la ilusión de proximidad. Se puede ser sin estar, mirar sin ser mirado, permanecer sin presencia.
Desde hace algunas décadas vienen ganando aceptación distintas teorías que buscan mejorar y optimizar los alcances que, por ejemplo, deberían tener los sistemas educativos (oficiales y alternativos). La gran mayoría de ellas pone en el centro a las nuevas tecnologías de la información, pretendiendo instalar lenguajes habituales a comunidades acostumbradas a pensar, decir y actuar, en formas mucho más dinámicas, breves y directas; asuntos que se oponen a paradigmas tradicionales de la educación que parecieran haber quedado obsoletos.
En estas circunstancias surgen las aulas virtuales, plataformas que se valen de una variedad de recursos capaces de realizar simulaciones de clases presenciales.
Tienen la ventaja de generar autonomía en sus usuarios (docentes y estudiantes), así como también creatividad, concentración, compromiso y mejor aprovechamiento del tiempo para ser partícipes.
Por otra parte, suponen la desventaja de pensar que el vínculo humano, el diálogo y las miradas, podrían ser prescindibles. En tales contextos, la individualidad, socialización y afectividad, quedarían en suspenso y entre paréntesis.
Asimismo, otras de las dificultades que se derivan de estos dispositivos es la sobreexplotación de las demandas: hay gran riesgo en concebir el espacio reflexivo de la educación en términos de productividad, alienarse en la idea según la cual docentes y estudiantes deben estar «haciendo algo» a tiempo completo, someterse a la lógica de la mercancía con padres y directivos que exigen el cumplimiento de un servicio esencial sin prestar atención a lo que pasa en docentes y estudiantes.
De todos modos, así son las cosas.
El inesperado e inédito momento supone una oportunidad de ser mejores y brindar respuestas acordes que impliquen soluciones, no problemas.
Plataformas oficiales como «Seguimos Educando» ayudan a sobrellevar las dificultades existentes.
Sin dudas, garantizar el derecho de la educación es lo esencial.
Y en eso estamos trabajando.
Foto: The Wall Street Journal