Con sus particularidades, hay tradiciones que parecen repetirse en todas las culturas: una serie de costumbres nace en pequeñas poblaciones para luego propagarse hacia el afuera, con el agregado de visibilizar la comunicación de subjetividades a partir de bailes y actividades que se ofrecen como claras señales de identidad y pertenencia.
Los más lejanos antecedentes en el tiempo para este tipo de manifestaciones se hallan en la Grecia y Roma de la Antigüedad, ambas epicentros de la civilización occidental.
El rito otorga un carácter religioso, que vuelve a ligar (re-ligare) al ser humano con la trascendencia; y fue así que -siglos después- los carnavales (cuya una de sus etimologías habla de «despojarse de la carne») se inscribieron en la tradición judeo-cristiana de la Cuaresma, instante de preparación para las Pascuas.
En Argentina, la legitimidad de estas celebraciones ocurre en 1956, momento en el que se incorporaron como días feriados, decisión política con impronta cultural, social y religiosa.
Durante las décadas siguientes, las festividades se hicieron extensivas a varias regiones del país, destacándose especialmente los carnavales de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Salta y Jujuy.
Esos encuentros de cuerpos, disfraces, vestimentas, máscaras y ritmos, se asociaron a expresiones de alegría y libertad cuya institucionalidad abandonó la última Dictadura Cívico Militar en 1976. Recién para 2011, vía decreto presidencial, los carnavales volvieron a estar en la oficial agenda del Estado.
Desde entonces, y a tono con la vetiginosidad de las épocas actuales, la consigna más preponderante acaso pase por recuperar el carácter autóctono de los pueblos, barrios y demás comunidades, en un mundo atravesado por la imposición global de valores que buscan determinar los contextos locales.
En países tan centralizados como el nuestro (con una hegemonía de Buenos Aires sobre las demás provincias, otras que conjuntamente a aquélla concentran a gran parte de la población -Córdoba, Santa Fe-, y regiones bien diferenciadas entre sí -NOA, NEA, Cuyo, Pampeana y Patagonia-), apelar a las diversidades es un juramento de unidad que debe recordar la importancia de incorporar a sectores que también hacen a la nación.
En otras palabras, nunca podría haber festividad plena sin soberanía de la Antártida y Malvinas.
Que los carnavales, entonces, sean motivo para volver a empoderar todos aquellos asuntos aún pendientes como sociedad.