LÚPIN, la revista que nos enseñó a ser buenas personas

De todas las tantas entrevistas que forman parte de nuevo proyecto editorial que terminé hace unos días, quizás la más entrañable tenga que ver con la revista Lúpin porque me conecta con la patria de mi infancia.

Recuerdo haber heredado la colección (alrededor de 50 ejemplares) como un regalo de mi hermano, mayor que yo, que en su momento comenzó a comprarla por una curiosidad vinculada a sus estudios de Nivel Secundario en una Escuela Técnica. La publicación mensual traía actividades relacionadas a la electrónica, planitos de circuitos y suplementos con instructivos para construir objetos.

Sin embargo, a mí me llegó por el lado de las historietas y sus personajes, todos ellos queribles y dueños de sencillas enseñanzas que fomentaban valores como la amistad, el compañerismo, la solidaridad, la salud y el cultivo del conocimiento, entre muchos otros más.

El primer ejemplar que durante varios años estuvo en mi casa natal data de noviembre de 1984 (luego, al convertirme en fiel coleccionista, aprovechaba algún que otro viaje familiar para ir a puestos de revistas viejas en ciudades grandes; así fue que la reliquia más antigua que pude conseguir es de 1979).

Yo recién empecé a comprarla años después: en septiembre de 1990, mi papá y yo estábamos en un puesto de diarios de color naranja de la calle Irigoyen. Con letras amarillas y fondo violeta, se anunciaba la llegada de la histórica edición N° 300.

Desde entonces y hasta mis últimos años en Trelew, la compré todos los meses. Cuando me fui a estudiar, también, pero ya no tanto como antes.

Me queda el recuerdo de hermosos momentos que al evocarlos siento ganas de volver a vivir. Ahora, mientras escribo este texto, desearía con todo mi corazón tener a mano los números que aún permanecen guardados en mi hogar de origen.

Algunos años, cuando íbamos para Buenos Aires Aires, mi viejo me llevaba a la redacción de calle Diagonal Norte. Había números atrasados en oferta. Yo miraba y elegía; él hablaba con Sídoli y Guerrero, los amables creadores de la publicación.

Hace unos días se me vino a la mente que febrero era el mes aniversario de Lúpin. Había nacido en 1966 y estuvo en los kioscos de revistas hasta abril de 2007, cuando llegó al N° 499. Cada tanto leía que Carlos Ernesto Frutos aparecía como colaborador de algunas de sus historietas.

El domingo pasado googlée y lo encontré.

Nunca hubiera imaginado que, ya de adulto, Lúpin continuaría generando magia en mí y en cada uno de sus seguidores.

Porque la revistucha todavía nos permite conocer amigos.

Lúpin 1

Lúpin 300

Lúpin 499_


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