La trama de la política

El próximo 10 de diciembre se cumplen 36 años del retorno de la democracia a la Argentina. Ese día habrá un nuevo cambio de mando, cuyo partido gobernará los destinos del país hasta la misma fecha del año 2023. Es decir, cuatro décadas ininterrumpidas con mandatos constitucionales.

Si se desglosara en períodos, la ecuación quedaría de la siguiente manera:

  • 28 años y medio del peronismo y sus derivados (Partido Justicialista, Frente de Todos): 10 años y medio de Carlos Menem; 1 año y medio de Eduardo Duhalde (presidencia interina tras el colapso de 2001); 4 años y medio de Néstor Kirchner; 8 años de Cristina Fernández y los flamantes 4 años del electo Alberto Fernández.
  • 7 años y medio de radicalismo: el reparto corresponde a 5 años y medio de Raúl Alfonsín y 2 años de Fernando De la Rúa.
  • 4 años de la alianza Cambiemos, liderada por Mauricio Macri.

De lo anterior, subyace el carácter hegemónico del peronismo, un movimiento político y social surgido en torno a la figura de Juan Domingo Perón, acaso el dirigente más emblemático e influyente de los últimos 75 años.

¿Pero qué es –concretamente- el peronismo?

Esa misma pregunta se hace el antropólogo Alejandro Grimson en un libro editado este año por Siglo XXI Editores, y cuyo título es el mismo interrogante. En pos de hallar respuestas, el autor afirma que “el peronismo jamás será atrapado en una frase”, señalando que se trata de un fenómeno que abarca todo el arco ideológico imperante: revolucionario en los 40, conciliador en los 50, proscripto en los 60, reaccionario en los 70, opositor en los 80, liberal en los 90, refundador en los primeros quince años del nuevo siglo y actualmente ocupando el lugar de fuerza restauradora.

El ideario peronista consiste en ser mucho más que un partido político: deviene movimiento; y como tal da forma a una épica que se sustenta en los símbolos (la V de “Victoria” y “Vuelve”), las máximas (“para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”, “la patria es el otro”) y las costumbres (el choripán y las patas en la fuente quedaron consagrados como imágenes representativas que hacen a la apropiación del colectivo denominado pueblo).

En un país con fuerte tradición personalista y permanente creador de mitosGardel cada día canta mejor, Che Guevara conquistó por su cuenta América Latina, Maradona ganó solo un Mundial y su llanto en la desgracia cotiza más que los récords de un Messi funcional a las exigencias del mercado-, hay alguien que no puede quedar afuera: Perón se destaca por haber invertido los polos de la hoy denominada grieta, dado que empoderó a los humildes, ensanchó los alcances del Estado y redujo el sometimiento de la oligarquía.

Esos principios adquieren vicios de corporación cuando un amplio bloque adhiere; así sucedió con los recientes populismos en la Región que supieron marcar tendencia: Pepe Mujica en Uruguay, Lula Da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Hugo Chávez en Venezuela y –más moderada- Michelle Bachelet en Chile, fueron algunos de los focos anti-imperialistas que redefinieron la forma de hacer política en Sudamérica.

Sin embargo, estos gobiernos suelen incurrir en una lógica perversa de gloria y derrumbe: cae el líder, cae el proyecto. Y además deben sobrevivir a acusaciones de corrupción (ideas de izquierda, bolsillos de derecha); de manera que, en tanto se enciende la alarma, abruma la ola neoliberal como efecto cascada.

Si los populismos (peronismo incluido) son movimientos centrados en los personalismos de Estado, su oposición tiende a concentrarse en la notoria influencia de los mercados. No gobierna un presidente, sino el Banco Central; no toma decisiones un mandatario, sino el FMI.

La principal fuerza antagónica del Justicialismo fue la coalición Cambiemos, un partido construido de urgencia en base a una identidad surgida desde la antinomia: anti-peronismo, anti-kirchnerismo, anti-popular. Su política consistió en desacreditar al sector público, abandonar las instituciones educativas, recortar inversiones en ciencia y tecnología, fomentar la mano dura, agrandar la deuda externa por préstamos pedidos a las grandes empresas, acrecentar el índice de pobreza. (¿Qué país puede crecer si se cierran las industrias?).

En la doble moral de una importante parte de la ciudadanía, emergen quejas porque los sectores más desfavorecidos de la sociedad “se acostumbraron a vivir de los planes sociales que fomentan la vagancia”. ¿Por qué hay lugar a ese tipo de  reclamos si en un Estado intervencionista la denominada clase media / media-alta recibió subsidios para gastos de servicios públicos como la luz y el gas?

Muchas personas mayores que se resisten al regreso de una fracción del peronismo se justifican al decretar que ya lo vivieron todo, como si la veteranía fuera un valor en sí mismo, subestimando así a una juventud entusiasta y participativa a la que consideran adoctrinada por adherir a paradigmas repelentes de la meritocracia excluyente e individualista.

En el reino de la democracia, no se cambia el mundo desde las redes sociales: una foto narcisista en Instagram, una idea pulsional y con jactancias de ironía en Twitter o una publicación sin chequear en Facebook, muchas veces llevan consigo la necesidad de ser noticia pero sin ánimos de transformar la realidad social.

Es importante crecer como sociedad, madurar despojándose de pequeñeces que no suman, comprender los mensajes que deja una Elección Presidencial.

Como dice el filósofo francés Charles Pépin, la democracia requiere que seamos adultos y su perfeccionamiento depende de cada uno de los miembros de una comunidad.

Hoy el país le vuelve a dar otra oportunidad al kirchnerismo y posiciona de cerca al macrismo. Ambos deberán estar atentos a no repetir viejos errores y revisar por qué la población les quita o devuelve su principal confianza.

Ojalá que las disputas siempre sean entre dos esperanzas y nunca entre dos miedos.

 

Política trama


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