Criterio de realidad

Hay un momento de la vida en que todos los sueños son invictos: están allí, intactos e inmunes ante cualquier amenaza que los pueda hacer sucumbir.

Sucede cuando las condiciones de posibilidad del universo forman parte de la imaginación. Es la idea que se impone ante lo que comúnmente asume formas de realidad. Podríamos llamarle una etapa plátonica de la existencia: el Mundo de las Ideas es la perfección y hacia lo que las cosas tienden.

La infancia es eso. La idealización. Los ídolos. Los padres. Es también la espera de Papá Noel, los Reyes Magos o el Ratón Pérez: todos ellos sustitutos que vienen a legitimar presencias que no existen pero que a la vez dan identidad. La niñez se consolida como un período de la vida que en una línea de tiempo lleva consigo un inicio, un desarrollo, un fin.

En esas primeras ventanas de inocencia e ingenuidad, nadie cuestionaría los dotes de superhéroes como Superman, Batman o Spiderman (¿por qué si son tan buenos y buscan la justicia viven ocultos tras una máscara o capa que los cubre?).

La primera escisión con ese estado de cosas mágico como una caja de cristal se da en la adolescencia, acaso el instante cartesiano en que la duda es lo más cierto que acontece. La ruptura marca el pulso que intenta reunir las partes que componen la persona y la personalidad: mente y cuerpo como un todo. Es necesario dar muerte simbólica a los padres para consolidar el ideal del yo.

Al parecer, las etapas de la historia y de la filosofía también pueden ser las de una persona.

Y en un eterno retorno de lo mismo, se tenga la edad que se tenga, el enamoramiento es un volver al Mundo de las Ideas de Platón: lo perfecto, lo bello, lo armónico, lo superlativo, lo maravilloso; para luego incurrir en la caída emergente de Descartes: el objeto de deseo ya no es certeza sino -por el contrario- interrogante que moviliza para llegar a nuevas afirmaciones en las que las turbulentas aguas de los ríos no se atrevan a arrasar.

Sin máscaras ni capas se produce el ocaso de los ídolos. Nietzsche derrumba las estructuras que permiten sostener los valores de seres a los que se ha atribuido cualidades supremas e incuestionables, porque en esa confusión no habría muchas diferencias entre la proyección de Dios y -por ejemplo- la pareja que soñás tener a tu lado.

Sartre diría que el vacío existencial obliga y condena a la libertad, a hacer algo con eso que han hecho de nosotros, a mover, a actuar, a decidir sin esperar que el cosmos se acomode; porque algo así, como tal, no existe. En todo caso la persona interesada le da un orden o un sentido, tan propio que tal vez sea capaz de debilitar las seguridades de los otros.

No intentes encontrar superhéroes o amores perfectos; buscálos humanos porque siempre habrá en ellos algo oculto, misterioso o repudiable.

Los ídolos son los padres o adultos que te han enseñado a vivir, que te cuidaron, te dieron de comer, te abrigaron, te acompañaron.

Y el amor puede tener representatividad en una persona destinataria que a pesar de virtudes y defectos sigue siendo una elección, más cerca de lo real que de un ideal.

Tenélo en cuenta.

No lo olvides.

Porque -así las cosas- estarías más en condiciones de concretar anhelos antes que en perpetuar meros deseos nunca realizables.

Foto: Amparo García Iglesias

Flor

 

 

 


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