Hay una figura recurrente que suele utilizarse mucho en la literatura: la metáfora del árbol.
Alrededor de su imagen se posan significaciones diversas, sencillas y ampliamente difundidas.
Los árboles dan vida cuando emergen sus frutos, lo cual crea la idea de emancipación.
Ofician de pulmones para la entrada y salida de aire: los suspiros pueden ser para relajar o resignar.
Son refugios cuando el sol está muy encendido o abrigan en tiempos de ventarrones; en cualquiera de los casos, exponen la vulnerabilidad humana ante la naturaleza sabia.
Tienen raíces que -al regarse- logran que el tronco y la corteza crezcan firmes y radiantes; todo un símbolo de la alimentación y la educación como algunos de los imprescindibles Derechos del Niño.
Se podan para que sus ramas emerjan más fuertes, en alegórica alusión a la salud; pero sufren cuando la tala indiscriminada deja abandonados a los bosques (el faltante como dolor y pérdida).
Son especial sustento de estaciones como la primavera, resultando inspiradores para el amor y los encuentros.
Invitan a la aventura cuando el ocio y la diversión se combinan: treparlos puede ser por demás interesante.
A todo ese conjunto de significantes habría que agregar, por lo menos, otro más. No uno cualquiera, sino tan especial como particular.
En el Parque Saavedra de La Plata habita una historia que merece ser contada.
Tiene que ver con una niña en cuyo rostro se reflejan muchas personas pequeñas de su edad.
Una inspiradora de ilusiones.
Un halo de luz que traza caminos de ventanas enormes y puertas abiertas de par en par.
Un eje fundacional que invierte las condiciones de posibilidad de la existencia: se puede estar de muchas maneras.
Pilar es cada una de esas infancias emergentes que -día a día y sábado a sábado- dan vida y color a la biblioteca popular Del otro lado del árbol.
Construye comunidad.
Anima lazos.
Despierta emociones genuinas.
La biblioteca es una continua usina de derechos, cultura y juegos. Educa en la libertad, enseña diversidades, difunde valores.
Representa una dimensión que también invita al adulto a acercarse, porque somos un todo y nunca tan sólo una parte.
Paula Kriscautzky es una mamá que en su propio transitar aprendió a ser resiliente. Una mujer que concibe la vida en términos colectivos; y que -con un grupo de voluntarios– decide hacer patria para ser comunidad.
La biblioteca Del otro lado del árbol es un proyecto pero también un conjunto de realidades dignas de ser consideradas.
Una respuesta contundente al dolor más grande de todos.
Un amor verdadero y en expansión.
Un lugar que convoca a reconciliarse con esa niñez que cualquiera lleva a todas partes consigo.
Felices 8 años a un ambiente sano, divertido y también conmovedor.
Desde aquí, todos los respetos unidos al inmenso cariño de personas que abrazamos la causa para ser partícipes de ella, confiando en que el otro también puede ser una oportunidad.
Cerramos los ojos y ahí vamos.
Por más tardes de sonrisas para estar juntos del mismo lado de los sueños.
Foto: Archivo Personal