Hace unos días, el portal oficial de la UNLP anunció la vigencia del boleto gratuito para el Micro Universitario que hace diversas recorridas conectando el circuito de las distintas Facultades.
A diario, miles de estudiantes utilizan el servicio que forma parte de un plan estratégico de acceso al derecho de la educación. Con esta medida, las políticas universitarias buscan favorecer el ingreso, permanencia y egreso del estudiante.
Para hacer uso gratuito del medio de transporte, los estudiantes deben cumplir ciertos requisitos. A saber:
- Ser estudiante regular o ingresante de la UNLP.
- Registrar actividad académica.
- No poseer título universitario o terciario.
- No tener sanciones disciplinarias.
Claramente, se pone de manifiesto el genuino interés de beneficiar a quienes desean estudiar. Recordemos que, en nuestro país, las universidades son públicas (acceso irrestricto) y gratuitas, queriendo significar ello que esa educación de calidad a ofrecer no tiene costo alguno para los estudiantes; en todo caso, es el Estado quien se hace cargo de la enseñanza a través de los impuestos que la ciudadanía paga con vistas a recibir soluciones o alternativas por parte de esos futuros profesionales que se instruyen en conocimientos específicos y calificados para dar sustento a una sociedad mejor. No se trata de un gasto, sino de una inversión.
La universidad pública, autónoma desde 1918, es independiente de cualquier gobierno de turno, tiene su estatuto propio y día a día crece en su manifiesta intencionalidad de favorecer las condiciones para que el estudiante pueda devolver algo al país.
¿Necesita transporte? Se ponen micros.
¿Necesita un lugar para alojarse? Se ofrecen pensiones.
¿Necesita satisfacer necesidades básicas como la alimentación? Se instalan comedores.
¿Necesita material de estudio? Se ponen a disposición distintas becas.
¿Necesita sumar experiencia y sustentarse en los últimos años de carrera? Se proponen pasantías.
El primer peronismo sentó las bases para una distribución más equitativa de la riqueza. Se ampliaron derechos que luego no pudieron ser arrebatados.
Si hablamos del boleto estudiantil, la referencia histórica nos lleva a la lucha comprometida de los jóvenes protagonistas de La Noche de los Lápices. Marta y Nora, hermanas de Horacio Úngaro (una de las víctimas de la tragedia) cuentan que aquella generación salió de su comodidad. Palabras, palabras menos, muchos eran de clase media y no necesitaban del transporte para ir a la escuela. Sí lo hacían por aquellos otros que vivían lejos, porque en aquel tiempo no habían tantas instituciones educativas como ahora.
La UNLP pone en alto la bandera de la inclusión e integración, la posibilidad del acceso universal más allá de que como todo sistema universitario tiene muchos mecanismos de exclusión.
Sin ser ajena a los problemas mundiales ocasionados por una nueva ola neoliberal, la Casa de Altos Estudios de la ciudad de La Plata trata de resistir como puede.
Para este ciclo 2019 ofrece 45 pasajes gratuitos por mes para el Micro Universitario.
En la fría lectura de los números, estamos hablando de un viaje de ida y un viaje de vuelta en los aproximadamente 22 días hábiles que tiene el mes (sin contar, lógicamente, los fines de semana).
¿Se puede hablar de boleto gratuito?
Depende.
¿Es un beneficio?
En cierta forma, sí.
¿Alcanza?
No a todos.
El debate gira en torno a la presentación de la medida: se anuncia la gratuidad de un boleto que no logra sostener a una gran parte de la población estudiantil que necesita de más pasajes al tener que hacer una combinación de micros.
No debería resultar sorpresivo, entonces, afirmar que esa realidad excluye y que muchos aspirantes a una carrera deban suspender o abandonar sus estudios. Si a eso le sumamos que el porcentaje de estudiantes merma más aún porque deben acceder a las precariedades del mercado laboral, tenemos una universidad que ve alcanzar la meta a quienes pueden sobrevivir al medio; es decir, una experiencia de corte darwiniano y que en la perversa lógica del capitalismo apela a la meritocracia: llegan los que se esfuerzan, los que se las rebuscan, los que en el sálvese quien pueda fueron eficientes en sus esfuerzos individuales.
¿Está mal exigir que los bienes públicos -la luz, el gas, la educación, la salud, la seguridad- sean gratuitos?
No.
Una soberana política de Estado, más que aspirar a la igualdad, debería concentrar sus esfuerzos en garantizar que sus opciones sean equitativas.
En épocas de vacas flacas, precarización, tarifazos y achicamiento del Estado, habría que dirigir la mirada inquisidora a esos minoritarios grupos hegemónicos encomendados a la depredación del FMI, y que se enriquecen a costa de una población compuesta por un 30 % de pobres y otro alto porcentaje con ansias de estudiar mientras cuenta monedas para subirse a un colectivo y llegar a un aula.
Foto: El Destape Web