Enero nos volvió a recordar dos sucesos que todavía están lejos de poder esclarecerse: por un lado, los 10 años sin Luciano Arruga; por el otro, los 18 meses sin Johana Ramallo.
Ambos casos nos remiten al secuestro, la tortura, la desaparición forzada, la violación de los derechos humanos.
Luciano fue perseguido por la policía a causa de haberse negado a robar para ellos. Lo persiguieron. Lo golpearon. Lo desaparecieron. Lo mataron. Cinco años después, en 2014, su cuerpo apareció como NN. Al día de hoy, nadie tiene condena.
Johana salió de su casa el 26 de julio de 2017 y no volvió más. Desde entonces, su familia -acompañada de diversos organismos y activistas- realizan murales por la ciudad de La Plata, denunciando el accionar de un Estado cómplice de redes de trata. Al día de hoy, no se sabe nada de ella.
Tristes historias de una Argentina que -aún en democracia- no cuida ni protege a sus propios ciudadanos.
(Desde aquí, mucha fuerza a Vanesa Orieta, Marta Ramallo y ambas familias).