Se cumplen 35 años del último retorno de la democracia en nuestro país, el período más extenso de un sistema de gobierno que -aún con sus debilidades- es el más justo de todos.
La figura de Raúl Alfonsín siempre aparecerá asociada a ese indispensable hito de nuestro pasado reciente.
La historia argentina -tantas veces oscura, tantas otras conflictiva- necesitó de un líder que además de dar el primer paso fuera quien sentara las bases de un nuevo orden político y social tras una etapa de vacío institucional, legitimación de la violencia y suspensión de garantías en relación a los derechos humanos.
Alfonsín fue la cara visible de un renacer, el impulso inicial para volver a creer, símbolo de honestidad y transparencia, acaso la imagen de un político que no se abrazó al poder sino que lo dejó a tiempo para salvar los principios democráticos.
Su logro más grande consistió en levantar a un país que se encontraba de rodillas, crear la CONADEP y promover el Juicio a las Juntas Militares. Todo ello resultó más fuerte que sus cuestionables decisiones, las limitaciones de su gobierno para controlar los índices de hiper inflación y el Pacto de Olivos con su sucesor.
El tiempo puso las cosas en su lugar y al momento de su muerte, en el año 2009, una multitud lo despidió.
Fue el justo reconocimiento a un político de raza, austero y lejos de las demagogias, que podía caminar por las calles sin temor sin temor al escarnio público, lo cual es muchísimo decir.
Foto: Archivo del Diario Tiempo Argentino