De pronto, las arcas del Estado se cerraron.
El presupuesto se vacía; y con esa decisión, las aulas quedan solas.
Salen los docentes en busca de reivindicaciones, teniendo que destinar su atención a otras tareas que se alejan de lo estrictamente educativo.
Aunque, como bien dicen por ahí, «un docente que lucha también está enseñando».
Las ruinas no nos impiden seguir siendo país.
En los escombros resiste la vocación de pertenecer.
El mundo se derrumba mientras hay clases en las calles.
La universidad pública y gratuita es el instrumento de igualación que -de una vez y para siempre- marcó un punto de inflexión en esta Argentina tan diversa.
Las mismas oportunidades para todos sin ningún tipo de condicionamientos.
El sueño de crecer y progresar.
De una vida independiente.
De un proyecto a concretar.
De la libertad como una experiencia tan posible como necesaria.
Estudiar gratis porque es un derecho.
Y derecho adquirido no puede ser arrebatado.
Duele el corazón ante la falta de respuestas.
Miles de personas pasan la noche en el asfalto.
No duermen ni respiran.
Resisten como pueden.
Confían en que la fuerza colectiva será mucho más intensa que la despótica negligencia de quienes -en honor al individualismo– cultivan la máxima del sálvese quién pueda.
Foto: Diario Hoy