Memorias del caso Maldonado

Pasó poco más de un año de aquel día en que nos empezábamos a preguntar: «¿Dónde está Santiago Maldonado?», viralizando esa duda que luego devino causa y hoy representa una bandera para un importante sector de la sociedad.

El caso no está exento de polémicas y contradicciones, con bandos bien diferenciados que -en sus versiones más absurdas y exageradas- politizaron un acontecimiento al punto tal de convertir la discusión en un hecho más importante que el lamento de una persona muerta.

Santiago Maldonado estuvo desaparecido 79 días.

No sabía nadar.

Tenía miedo al agua.

Era un simple artesano que acompañaba la defensa mapuche de una tierra arrasada por capitales extranjeros.

En uno de esos reclamos, entró en escena la Gendarmería.

La historia oficial cuenta que fue para poner orden en donde reinaba el caos; y que su accionar fue persuasivo pero nunca delictivo.

El otro relato es contrahegemónico, con acento en la violencia y la persecución hasta causar la muerte.

Durante casi tres meses circularon versiones de toda índole; algunas verosímiles y prudentes, otras disparatadas.

El cuerpo apareció flotando en el Río Chubut, pocos días antes de las elecciones legislativas.

Rápidamente, desde el oficialismo se encargaron de asegurar que no tenía indicios de maltrato ni agresiones, asunto que confirmaron los especialistas -incluidos los peritos de parte de la víctima- en una autopsia que puso en evidencia la falta de confianza en el Estado: Sergio Maldonado estuvo varias horas al lado del cadáver de su hermano para asegurarse que nadie lo arrebatara.

Nuevamente, lo más importante fue despegarse de las acusaciones antes que prestar atención a una persona muerta.

De un lado, se defenestró la figura de un muchacho simple con poco apego a las instituciones.

Del otro, se lo convirtió en un héroe al punto tal de ser un mártir que dio la vida por una causa colectiva.

No se puede ni debe criminalizar a quienes no están en condiciones de defenderse; y mucho menos, incurrir en simplificaciones.

Genera mucha tristeza e indignación que los medios hegemónicos reduzcan la trama a un ahogo accidental.

Como si Santiago Maldonado -el artesano que cortó la ruta y no sabía nadar, el temeroso de las aguas profundas- hubiera salido disparado hacia la bravura del gélido río porque tenía ganas, optando por esa chance teniendo otras a disposición.

No se trata de victimizar, sino más bien de poner todas las cartas sobre una mesa que nunca logra sostenerse porque -aún hoy- existe una investigación que no aclara todas las dudas (o tan sólo la única).

Foto: Archivo Personal

SM

 

 

 

 


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