Obrero.
Líder.
Presidente de Brasil entre 2002 y 2010.
Sacó a 28 millones de personas de la pobreza.
Se retiró con 87 % de imagen positiva.
Hoy es el máximo favorito para las presidenciales de octubre.
Con el regreso de la derecha a la Región, no sorprende lo que pasa. La restauración conservadora volvió a ponerse en marcha.
Encarcelado por ese poder de turno que responde a los grandes capitales extranjeros, camina Lula con los ojos húmedos y el alma latiéndole con intensidad. A su alrededor, una inmensa multitud lo arropa como quien no quiere despedir al padre de una patria que sentó las sólidas bases de la justicia social.
Es el hijo del Brasil más marginado, la utopía del ciudadano común que se hizo héroe sorteando un sinfín de dificultades. Entre la miseria y el poder, su investidura dio lugar a la leyenda.
Nunca antes y nunca después, la población se hizo eco del más inmenso despertar.
Lula alumbró el esplendoroso renacer de la América Latina más profunda: con políticas de inclusión, permitió el ascenso de la clase baja y se ganó el recelo de los sectores dominantes.
La economía fue sólida y en expansión.
El trabajo proliferó.
El desarrollo de una nación en movimiento se erigió como ejemplo en esta parte del globo.
Su país llegó a ser potencia mundial. Un gigante dormido se ponía de pie y le decía al planeta entero que ahora las condiciones eran otras.
Gente que jamás gozó de dignidades, con él tuvieron voz y voto, participación, sentido de pertenencia.
Una imagen demasiado impactante para pasar desapercibida.
Sin Lula, Brasil entró en una etapa de confusión y oscuridades.
Dilma Rouseff, su sucesora, fue arrebatada del cargo a manos de Michel Temer.
O lo que es igual decir: un Golpe de Estado encubierto.
Ahora que llaman a elecciones, Lula Da Silva aparece acorralado por causas judiciales inventadas, perniciosas, acusaciones de corrupción de una dudosa credibilidad para llevarlo a la humillación de la cárcel y el ostracismo. Todo un atentado a la democracia.
Lula se defiende arropado en el clamor popular.
Habla de sus pecados.
De todo lo que hizo para que cada plato de comida reemplazara a la lógica del crimen.
De sus logros que siempre fueron colectivos.
De un proceder que contó con la aprobación del pueblo.
Pero todo eso no alcanza.
Lula llora porque no puede torcer ese destino en que las fuerzas hegemónicas se lo llevan para que no sea su amenaza principal.
Creen que sin él habrá vía libre para el neoliberalismo sin escalas.
Pero se equivocan.
Capturar a Lula es reducir las posibilidades de esa oposición que niegan.
Por negra.
Por inculta.
Por miserable.
Agua, luz eléctrica y gas en las favelas.
Millones de pibes yendo a la escuela.
Los adultos teniendo la posibilidad de ganarse la vida sin ser esclavos.
No, no, no. Lula no cayó.
El que está partido es el Brasil, víctima de una inescrupulosa impunidad.
Foto: http://www.telesurtv.net
