Cuestionar, interpelar y poner en duda, resultan siempre estrategias saludables para desnaturalizar lo obvio.
Los sistemas educativos formales, arraigados desde el siglo XIX en el marco de la ideología capitalista, no son la excepción; mucho menos, si la mirada acusadora agrega que, en la actualidad, ese modelo tiene como protagonistas a docentes nacidos en el siglo XX que conducen los destinos de estudiantes del siglo XXI.
Desde ese punto de vista, estamos ante una gran dificultad: un paradigma que atrasa, que no ofrece soluciones y que, lejos de pensarse como una instancia transformadora, reproduce mecanismos en clave de dominación.
Hasta ahí, nada nuevo; en efecto, la síntesis de ese conjunto de desilusiones que están expresadas en el famoso videoclip de la emblemática banda Pink Floyd: «Another brick in the wall», retrato del espíritu de una época.
Basándose en estos principios críticos de la situación actual, La educación prohibida (2012, Germán Doin) es una película documental que forma parte de un proyecto independiente capaz de pensar miradas alternativas para algo que interesa a todos.
Durante casi dos horas y media, el material ofrece un conjunto de entrevistas a actores educativos de diversos países de Iberoamérica, que cuentan su visión y experiencia, además de ofrecer aportes para modificar y repensar las bases de un ideal que la Modernidad ha consolidado y necesita reconstruirse desde otros paradigmas.
Está claro que las apuestas son de profesionales que no necesariamente tienen un perfil académico, pero eso no quita que -como producto de la industria cultural– el documental proponga miradas que merecen ser consideradas, ya sea para salir en apoyo de ellas o simplemente cuestionarlas.
Si la educación es un hecho político, la película cumple con el efecto democratizador de su práctica: desde su lanzamiento en agosto de 2012 está disponible libremente en las redes, con lo cual cualquier persona del planeta puede acceder a ella. No es una propuesta excluyente ni exclusiva, sino un trabajo que busca ubicar en la superficie planteos ignorados o desconocidos.
Rápidamente, las críticas negativas no se hicieron esperar. Con millones de personas que accedieron a verla, La educación prohibida estuvo en el centro de la escena durante un largo tiempo, abriendo fuertes polémicas y una feroz reacción de periodistas vinculadas a los grandes medios (Luciana Vázquez) así como a pedagogos especialistas en la materia (Axel Rivas).
¿Por dónde circulan las principales objeciones?
Básicamente por apuestas obsoletas: está ampliamente estudiado que el modelo de educación tradicional tal como lo conocemos hoy en día (con un maestro dueño del saber, estudiantes sentados en fila mirando para adelante, todos sometidos a un esquema de premios y castigos similares al funcionamiento de una fábrica) no sirve ni funciona; en ese sentido, puede que La educación prohibida sea algo ingenua en su tarea de insistir reiterativamente con esa mirada en general ya superada.
Aun así, las controversias fueron mayores cuando un sector consideró a la película como una propaganda de iniciativas privadas en detrimento de la escuela pública, que aparece caricaturizada por formas y estereotipos convencionales que muestran su peor cara, omitiendo que al margen de sus debilidades todavía sigue siendo un factor de resistencia y un ámbito que aloja las diversidades, todo ello a pesar de un Estado cuyas políticas neoliberales le dan la espalda a un legítimo derecho de la ciudadanía.
Más allá de esto, que puede tener o no su razón de ser, los ataques fueron lapidarios e injustos para un joven realizador que al momento de trabajar en el proyecto tenía 24 años de edad, con todo lo que ello implica.
Germán Doin y su equipo recorrieron diversos lugares, se adentraron a vivir otras experiencias, buscaron e investigaron para aportar algo distinto. Su labor fue honesta; tal vez inconsistente por momentos, pero no por eso despojado de valía.
El realizador no buscó los honores ni el resultado fácil de inmediato impacto; llevó adelante su visión y perspectiva planteándolas en los mismos términos que tiene a la hora de comprender la educación: de manera independiente.
No se necesita ser académico ni tener importantes títulos para llevar adelante una idea y sostenerla con el tiempo. La tarea es parte de una militancia comprometida que, eso sí, puede carecer de aportes teóricos que da una formación más específica en el área.
Muchos intelectuales de nuestra sociedad están acostumbrados a mirar por sobre el hombro y demostrar al resto que están equivocados; y muchos atrevidos se animan a romper con las normas y estructuras como fuerza de contrapeso para enriquecer un debate necesario.
Se habla de la perversidad de un «sistema» que ejerce la opresión, ¿pero cuántos se han puesto a pensar que -en definitiva- todos pertenecemos a ese sistema que tanto criticamos, pudiendo ser parte del problema tanto como de la solución?
La educación prohibida es un camino para tomar o dejar, pero no para ignorar. Si así lo entendemos, entonces habrá cumplido con su principal cometido de poner sobre la mesa las bases de una realidad que necesariamente debe promover interrogantes movilizadores.
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